De vez en cuando salta una noticia con punch para los periodistas serios y los más frívolos, un drama famliar, un cacho de carne informativa al que se le puede hincar el diente sin melindres. Es el caso de los McCann y su hijita Madeleine. La historia es simple. Matrimonio británico y sus tres vástagos vuelan a Portugal con el sano propósito de disfrutar allí de sus vacaciones, pero en lugar de cinco sólo regresan cuatro y el patio de la aldea global se pregunta ¿qué fue de la nena? Por un lado tenemos la responsabilidad paterna y los Derechos Fundamentales de la Infancia. Y por otro, la investigación policial de dos países. Como telón de fondo subyace el turismo, aderezado con el cotilleo turbio del fíjate y del dónde vamos a parar. Acabó la época en que una madre, si la progenie le había salido rana, podía abandonarla o incluso acabar con ella de un garrotazo o una pedrada. De puertas a dentro, cada familia forma una turbulencia sentimental, un lugar proclive al patinaje artístico de las neuronas, un espacio sensible a la tragicomedia, así que cualquiera puede imaginar a estas alturas dónde se encuentra Madeleine y en qué circunstancias se vino abajo su frágil existencia.
Nadie se cree el cuento del secuestro, como mucho lo emplea para regodearse en la inoperancia de la policía portuguesa, atizando así la flema británica. ¿Qué necesidad tendrá esta gente de ir dando tumbos por el planeta con lo bien que viven en sus islas? A los portugueses, que les comparen con África, en el fondo les duele pero disimulan. Ellos también tienen sus laboratorios y sus científicos con muchas maquinitas y tubos de ensayo. Por lo que van descubriendo intuyen que aquí no hay otra cosa que un drama doméstico, tal vez un accidente pero con el morbo sobredimensionado que ofrece el tejido de una estructura familiar. Se dice que a los papás, que son médicos, se les fue la mano con los somníferos. Pensaban irse de pachanga y como no tenían canguro dejaron fritos a los nenes. El caso es que Madeleine se debió de quedar frita para siempre y decidieron literalmente escurrir el bulto organizando un entierro de tapadillo, al que eufemísticamente denominaron secuestro. En nuestra sociedad lo más fácil es colgar a la madre de un gancho. O decir que los portugueses secuestran niñas. Pero los microscopios ahora destripan mejor la cochambre. |