Hay decretos de alcaldía realmente chungos y no es que tenga predilección por escribir de asuntos deprimentes, pero saltan a la vista ellos solos y al hacerlo cantan como una almeja. Me refiero al cambio de nombre de las calles, y en concreto la de un militar franquista por un santurrón barbastrense. Como la vía en cuestión es céntrica y como Chewaka, el alcalde de la muy noble ciudad de las exposiciones, dice ser socialista, la peña se queda de un aire con el cambio de nombres. Entre general Sueiro y Escrivá de Balaguer dan ganas de liarse a cabezazos contra el nuevo consistorio, que para mayor cruz está ubicado en el antiguo seminario. No sé lo que hemos hecho para merecernos este castigo. Tampoco sé lo que le ha prometido verbalmente el alcalde, antes biministro en la época del señor González, a los dueños del colegio de Miraflores. Desconozco la influencia de los mandamases educativos sobre nuestros políticos electos, pero aún debe ser manifiesta cuando pueden empujar a un edil a que se haga el harakiri ideológico con esta estupidez. A la gente del común, a los que lo mismo les da chicha que limoná, que bauticen un pedazo de asfalto con el nombre de un golpista, que llegó a capitán general de la sexta región militar, o le pongan el del caudillo milagrero del Opus Dei, supongo que les trae al pairo. A los votantes del PSOE supongo que les alegrará el ánimo ver que su líder consistorial cumple su palabra con los desgarramantas de un colegio concertado y pasa como de comer mierda de los viejos principios históricos de un partido que curiosamente es el suyo y que desde siempre ha presumido de laico y de demócrata. Vivimos en otros tiempos y hay que asegurarse la poltrona con detalles y guiños a la derecha más obtusa. Quién nos iba a decir que en pleno siglo XXI el alcalde de la inmortal se iba a lucir con semejante bautizo pero ahí está Chewaka, asumiendo que es el manso de la manada y que ha de conducir a toda la ganadería por el amplio sendero papal. Ya dijo en uno de los plenos más esclarecedores de su mandato que mientras tenga el bastón de mando no se quitará un crucifijo del ayuntamiento que dirige, así que tampoco me extraña que acabe regalándole una calle al fundador del Opus Dei, una organización negra donde las haya y que todavía campa por sus respetos en un Vaticano dirigido por lefevristas, negacionistas del holocausto judío y demás retrógrados con sotana. Si hay algo peor que negar las evidencias es aplaudir mentecatamente a los sectarios.
Desde luego estamos disfrutando de una época políticamente retorcida, donde se arañan votos del oponente metiéndole un beso a tornillo. Estos pequeños gestos no dignifican las ideas aunque resultan tan pornográficos que resulta imposible olvidarse de ellos. Si hubiera que labrar muescas en el pabellón puente cada vez que Chewaka nos ha dejado de metal podríamos fundar con sus restos una buena cacharrería. Tal vez el hombre no se dé cuenta de que cada vez que gana votos por su derecha los está perdiendo por su izquierda, aunque a estas alturas nadie vea las diferencias. |