Teníamos la impresión de que podría ocurrir en cualquier momento pero nadie lo esperaba. La virtud de esta gentuza estriba en golpear cuando menos lo imaginas. Pero, de barruntarlo antes, ¿habríamos medido nuestras palabras? Lo dudo mucho y sin embargo tendríamos que ser más conscientes de la realidad. No en beneficio de los que van por la vida arreando pistoletazos, sino por los que pueden llevarse un tiro en cualquier instante. La ligereza con la que se habla de terrorismo tendría que producir pasmo. Nos damos cuenta cuando llega el asesino y lo tiñe todo de sangre. Y ya es tarde. Soy consciente mientras escribo de que la consternación durará lo mismo que un colín a la puerta de un colegio. Que tras las elecciones volverá la palabrería y los reproches a instalarse en la política. Cada vez se hace más necesario aparcar discursos que desvirtúan la vida cotidiana de las personas, que la simplifican hasta hacer de ellas un cómic. No se trata de negociar con los asesinos, de haber negociado en un pasado remoto o de hacerlo en un futuro próximo. Tampoco de utilizar el asesinato en beneficio de un partido o en perjuicio de otro. Los políticos han de responsabilizarse de una vez por todas tanto de sus ripios como de sus actos. Los conservadores no deben utilizar el terrorismo como arma arrojadiza ni los progresistas escudarse en él para justificar sus actos. Al final, cuando cae una persona a manos de los etarras, se produce siempre la misma cadeneta de palabras serias, la misma que pronto se difumina en un murmullo de voces más agrias y que termina, como siempre, en la misma caverna de despropósitos entre los políticos. Llevamos así unas cuantas décadas. Es evidente que a los asesinos resulta difícil convencerlos de que abandonen las armas. Salta a la vista que los políticos son incapaces de evitar los espacios lúgubres en que se mueven cuando hablan de los asesinos. Para colmo, se ha originado una división entre los directivos de los familiares de las víctimas según quienes hayan sido sus verdugos (los islamistas o los etarras). El cuento de nunca acabar es triste y rabioso, se complica más cada día. Si el 11-M de hace cuatro años se cubrió de horror en Atocha, el 7-M de hoy, con cuatro tiros a un exconcejal socialista delante de su familia en Euskadi, adelanta igualmente la jornada de reflexión con un atentado terrorista. El número de las víctimas y la tarjeta de visita del ejecutor son distintos. El gobierno no tiene necesidad alguna de ocultar la verdad de los hechos ni nos enfrentamos al mayor atentado de la historia europea, sin embargo, a nuestra escala, debería hacernos reflexionar. Durante la campaña electoral, sin necesidad alguna, la presencia terrorista ha estado presente en los discursos políticos:descalificando al gobierno por la negociación o aborreciendo a la oposición conservadora por su falta de apoyo. Gane quien sea el próximo domingo, no se puede continuar por la misma senda. |