Las últimas declaraciones del alcalde, que se está poniendo más pesado que el abuelito de la Heidi empujando el columpio, nos incitan al heroísmo. A su juicio, Zaragoza sufre un extraño síndrome de Peter Pan. Pudiendo ser la tercera ciudad del país nos resistimos a crecer y lo atribuye a una mezcla de falta de confianza y cobardía. Por lo visto no nos atrevemos a dar el salto por miedo a perecer en el intento. A mí me parece que quedarse con la medalla de bronce pudiendo aspirar al triunfo es una tontería. Cualquier atleta, en plena carrera y consciente de sus aspiraciones, metería un buen sprint a ver qué pasa. Creo que el alcalde pica por lo bajo. La eterna pugna entre Madrid y Barcelona, el sogatira de siempre en torno al fútbol y al puente aéreo, es un camelo para tontos de baba. Ganaría muchos puntos el señor Belloch si propusiera a Zaragoza como capital del reino, sobre todo ahora que vuelve con renovados ímpetus la cantinela de la reforma constitucional. Antes de partirse el culo de la risa pensémoslo detenidamente, porque tan humorístico es ser terceros como optar al primer puesto del podio. Madrid es una simple villa elevada a centro del reino por decreto, y debe todo su desarrollo a ser precisamente la capital. Apenas tenía doce mil habitantes cuando Felipe II en 1561 la marcó para siempre. Siendo Zaragoza un punto de paso de lo más corriente, a tenor de lo que dice el propio alcalde, sin embargo estaríamos en condiciones de ocupar un sitio mejor. Pues adelante, ¿quién nos lo impide? ¿Cuesta mucho hacer semejante propuesta? ¿Acaso falta voluntad política? Si una ciudad como Zaragoza es capaz de cuestionar la capitalidad de toda la península igual nos resulta más creíble optar a la tercera plaza. La imaginación de nuestros políticos se ensaña en lograr lo que resulta aceptable para todos, así que con frecuencia se quedan cortos de empuje. No sufren el síndrome de Peter Pan, más bien les aqueja una aguda esclerosis, seguramente propia de la edad. La burguesía aragonesa es muy cerrada y está al borde de lo gagá. Con frecuencia vienen de fuera las grandes maquinarias empresariales a dar un empujón a la economía de estas tierras, que suele ir a remolque y midiendo mucho sus riesgos. Hablando de Peter Pan, es curioso que una ciudad que aspira a ser la tercera del país, no tenga en pie un escenario capaz de albergar un musical de mediano formato y tenga que estrenarse en el Palacio de los Deportes. No es la primera vez ni tampoco será la última. Mientras tanto ahí está el Teatro Fleta, que es el vivo ejemplo de lo que puede hacer una administración para llevar a los lugares más sonoros la cultura de un pueblo: nada. O todavía mejor: derruir un símbolo y dejar sus restos a la intemperie. Las sanas aspiraciones del alcalde chocan frontalmente con la capacidad de nuestros regidores más próximos. Es muy sencillo montar a lomos del jamelgo y clavarle las espuelas a ver si arrea, pero resulta patético el gesto cuando el resto de los caballeros reculan y mandan sus monturas a pastar. El caso de la tubería a Barcelona es palmario. El de los trenes del AVE es contundente. Estoy hablando de compromisos exclusivamente políticos no de iniciativas privadas. Los políticos deben crear las condiciones idóneas para que la ciudad avance lo más lejos que pueda, pero su peso en el orden nacional no sólo es nulo sino que en ocasiones parece una rémora. Comprendo que el alcalde, gracias a la Expo, que es como una viagra emocional, se permita el lujo de proyectar Zaragoza al estrellato, pero no le conviene confundir el paisaje de Ranillas con el país de Nunca Jamás. Al contrario, tendría que mostrarse algo más crítico con sus propios compañeros de partido, los que dirigen el gobierno autónomo con tan poca sangre como ganas de cambiar. |