He escuchado tantas veces el latiguillo de que los más rancios valores estaban en peligro que al final me he tragado esta broma hasta la médula. ¿Será verdad lo que cuentan los cardenales y el resto de la curia? ¿Será verdad que sus pamplinas ya no se las cree nadie? Mediante incendiarias soflamas sobre el apocalipsis familiar atosigan a sus feligreses de tal forma que no me extraña que vuelvan a poner de moda el infierno, ¿acaso están agotando sus últimos cartuchos? Si es así, ayudemos a esta pobre gente a que disuelvan sus organizaciones y adquieran otro tipo de experiencias. Con un martillo neumático entre las manos serían más rentables porque ahora, los supuestos célibes, los mentecatos de la sotana, en lugar de comprometerse con la realidad se enrocan en su mentalidad arcaica, se engatillan en la defensa de un casorio que no practican y con una incoherencia digna de mejor empeño acaban haciendo el ridículo en las calles. Va siendo hora de ahorrarles el esfuerzo y la vergüenza de pregonar su hipocresía a los cuatro vientos. La familia, como la hemos entendido siempre, hace tiempo que se vino abajo. Basta con echar un vistazo a los procesos de separación que se tramitan en los juzgados para comprender la distancia que hay entre estos mastuerzos y los que se desvinculan civilmente del sagrado vínculo matrimonial. Los que todavía salen en defensa de las causas obsoletas, piensan que dando voces igual se multiplica el maná que arroja el Estado sobre sus colegios y capillas. Sería nefasto que además obtuvieran un premio, porque cada día que pasa se asemejan más a los furiosos rabinos de luengas barbas y a los ayatolás iracundos, los que se irritan ante la simple visión de unas faldas. El integrismo catolico está años luz de la humildad y provoca patéticas estampas. Su ingratitud y su tozudez resultan escandalosas. Nunca han vivido tan a gusto ni han recibido de las arcas del país semejantes óbolos, de modo que va siendo hora de cerrarles el grifo para que se quejen con razón. Los concordatos, de la misma forma que se firman, pueden denunciarse. No hay por qué adelantarles el dinero del impuesto sobre la renta, y mucho menos darles de más. Su negocio debe autofinanciarse, ya son mayorcitos para exigir la propina, y si las iglesias están registradas a su nombre que se les obligue - como a todo hijo de vecino - a que las tengan en perfecto estado de revista. Y si no que las vendan. Se puede ser tolerante con los sujetos que demuestran tener un mínimo de responsabilidad sobre sus actos, pero con los intransigentes cualquier duda es interpretada como una debilidad y a la mínima de cambio se te suben a la chepa. El clero, a medida que avanza el sistema democrático, se vuelve montaraz y el mayor de todos los peligros estriba en la educación que se imparte a los menores. No quiero ni imaginarme lo que esta gente puede enseñar en sus colegios, pero es de locos que encima tengamos que subvencionarles sus chiringuitos. |