Astenia Primaveral
jueves 8 de mayo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Las ciudades se parecen tanto a sus habitantes que les ajustan cinturones para contener las barriadas, así la población se acostumbra a no salirse de madre. Los barrios, para la gente de posibles, son los epiplones de las industrias y engordan alrededor del centro según crecen sus negocios. Por eso los propietarios emplean el eufemismo de los distritos o los códigos postales, queda más fino. Ahora que acaban de inaugurar en Zaragoza el Cuarto Cinturón y corretean con sus bugas alrededor de sus fincas, comprenden los pudientes que la carretera no da abasto, señal inequívoca de que en Aragón —como afirma el consejero de Industria del gobierno autónomo— no hay crisis. Es que tenemos flatulencias. Soltar gases es un problema simple que se soluciona tomando aerored y el consejero lo sabe muy bien, porque habla todos los días con Londres o con París. No sé quién le paga el teléfono, pero aparte del griego domina una par de idiomas y con ellos se maneja intentando enderezar el hombre ese entuerto gaseoso del casino en los Monegros, del que promete nuevos y jugosos capítulos en próximas entregas. Casi da miedo escucharle. Mientras tanto se limita a confirmar que las multinacionales están a gusto en Aragón, como la BSH alemana que se comió a la Balay hace unos lustros. Su viejo eslógan de que «somos automáticos» ha ido cambiando con el trascurso de los años para hacernos la vida más fácil. Los jefes de Berlín, cuando acuden a Montañana, no toman el Cuarto Cinturón sino la Z-40. Es lo mismo pero es más fácil de recordar y como su planta de electrodomésticos, gracias a las subcontratas, funciona automáticamente se imaginan los alemanes que conducen por las afueras de Madrid. Al fin y al cabo las ciudades están en obras de cutio, igual que el puzzle  de Europa,  que nadie sabe dónde empieza ni cuándo acabará. Gracias al AVE tarde o temprano seremos una barriada entre la capital del reino y la ciudad condal, de modo que si la alta velocidad se nos antoja ahora muy cara no sé lo que nos parecerá cuando inauguren el tren bala y empalme Zaragoza con Frankfurt. Lo mismo no hace falta el metro ni vuelve el tranvía, quién sabe. De momento siguen abriendo zanjas que cierran mañana y a los tres días vuelven a excavar en el mismo sitio otra vez. El negocio del adoquín adquiere trazas de escándalo. Hasta el punto de que la semejanza entre las ciudades y sus habitantes, cuando hablamos de los hospitales, raya el paroxismo. Los médicos son calcados a los peones que trabajan en la calzada, porque entre tanto trajín igual olvidan una pala en la zanja que unas tijeras en los intestinos. El colmo de la comparación se produce en la Casa Grande, donde la rotura de una tubería para climatizar aquella mole sanitaria reunió en el mismo escenario a los dos gremios, produciendo una soberbia catarata y obligando a cerrar por obras toda una planta. Menos mal que Aragón no es Birmania, donde está prohibido morir o caer enfermo, aquí se cancelan las consultas externas sin ningún pudor. Cualquier circunstancia es asumible. No sólo tenemos obispo, cientos de casas de lenocinio e incontables frontones, también gozamos de una exposición internacional del agua a orillas de un río conectable, lo que supone cuadrar el círculo en materia de desarrollo y sostenibilidad. Tal vez por eso nos dieron el premio de acoger durante diez años una flamante sede de las Naciones Unidas. En todo el planeta saben que aquí es imposible que nos afecte la recesión, como mucho nos cogerá el granizo, que es algo parecido a la astenia primaveral.

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