Bodas de plata
martes 6 de noviembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    La General Motors cumple veinticinco años en Figueruelas y todo el mundo está la mar de contento. Sobre todo los jefes, que han ido a la factoría para hacerles la ola a los Macpollos de sus directivos. Hace un par de años, los políticos no tenían ni zorra idea de lo que podría pasar en el valle si a los yanquis se les hubiera ocurrido desmontar el tenderete de los coches. Comenzó a oírse una cantinela muy mala y agoniosa, Aragonia entera se nos caía a cachos y el Mau Mau llegó desde los Estados Unidos, que al final resultó puro meter miedo antes de acometer la externalización de la plantilla. Como los anglicismos suelen ser contundentes, ahora resulta que la fábrica de Figueruelas es la sucursal de General Motors que mejor funciona en el mundo. Incluso se las da de ecologista. Lo que dura perdura y aquí somos muy dados a medir el tiempo en lotes grandes - cuanto más grandes mayor estabilidad -porque entendemos que la economía - como casi todo- es una materia que tiene que ver con la resistencia. Si hay pasta de por medio estás condenado al éxito, a este fenómeno lo denominamos "tener las espaldas anchas". Si las espaldas son de fuera la garantía es casi completa. El casi lo pone la tradicional desconfianza maña. Cualquier aragonés sabe que lo que viene de fuera siempre es mejor que lo de dentro, salvo Goya y Ramón y Cajal (dejando a la Virgen aparte y al propio Ramón y Cajal, que nació en el enclave navarro de Petilla). El casi constituye la genialidad incombustible. Lo raro.
    Lo raro sería que la General Motors no hubiera triunfado aquí. Como lleva veinticinco años hincando el lomo y no se ha venido abajo, en el ámbito del peonaje se la considera tan estable en faena como podría ser la obtención de una plaza de funcionario en cualquier institución pública (abstrayéndonos, claro está, del mito bucólico de lo que representa para el imaginario colectivo la profesión de funcionario). Salvo esta última excepción, trabajar en la GM no es trabajar en cualquier parte. La GM tiene pegada. Todavía tiene punch, pero sigue dando miedo esta lozana dependencia de una sola empresa, por rolliza que esté. El tejido industrial está muy deshilachado a su alrededor, con nuevos sectores que despuntan, pero incapaces de absorber la masa salarial que se encontraría de pronto de brazos cruzados ante un futuro cierre. No cabe duda que de este horror vacui nació la plataforma del aeropuerto, la Milla Digital y se proyectó incluso una exposición internacional. Pero seguimos atrapados a la General Motors igual que un tonto a un lápiz. No queda otra que confiar en nuestros ingenieros más jóvenes. Tal vez exista uno entre ellos con inteligencia suficiente como para inventar un platillo volante. Y con una moral de amianto para no vender la patente. Siendo como somos, lo más probable es que se largue fuera. Y cuando se vaya, en lugar de persuadirlo, le dirán que hace bien. Confío que para entonces hayamos cambiado un poco y el Instituto Tecnológico de Aragón sea un cocedero de genios.

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