Las gentes de Italia se despiertan hoy con el ejército patrullando las calles. No se trata de ningún golpe de Estado, al menos por ahora, porque en Occidente ya no son necesarios. Para mantener el orden económico, el propio sistema olvida los viejos métodos en beneficio de las cámaras de video instaladas en todas las ciudades para garantizar «nuestra» seguridad. La seguridad de las empresas ni siquiera depende del Estado, son ellas mismas las que alquilan los servicios de matones de segunda fila o, si la importancia del evento así lo requiere, incluso de tiradores de élite. Estados Unidos, de hecho, es un ejército al servicio de las multinacionales y grandes accionistas con delegaciones en forma de mercenarios. Sobra peña para garantizar el orden a base de pistoletazos, porrazos o misilazos si es necesario, así que las asonadas militares sólo se desarrollan en los países cuyas fortunas familiares siguen siendo tercermundistas y donde los grandes jefes del cotarro global tienen que pagar la mordida a los dictadores de turno si quieren participar en sus negocios.
La historia del colonialismo ha cambiado mucho desde que los Estados Unidos tomaron el testigo de los ingleses en el vasto territorio de los imperios. Los estados hoy son una excusa para la esponsorización de los deportistas olímpicos gracias a las grandes marcas. No sólo eso, claro, sino también la adquisición de diezmos y tributos que permiten luego el mantenimiento de estructuras militares. Con el tiempo, y en la última guerra de Irak es ya evidente, hasta el complejo militar puede ser alquilado sin necesidad de mantener una estructura bélica. Así que la presencia del ejército italiano en las calles, aún siendo deleznable, no es otra cosa que el «Mau-Mau» de Berluscon contra la población civil. Hace unos días estuvo en la Tribuna del Agua de Zaragoza la maravillosa y deslenguada escritora Donna Leon, que reside en Venecia y que en su última novela, a propósito del negocio del agua y las basuras, los chinos y las «superliftadas», como dice ella, dejaba caer que las mafias italianas están detrás de los sucios negocios multimillonarios. Ahora que se privatiza todo, desde la Sanidad y los hospitales en Madrid al agua del grifo en muchas ciudades —veremos lo que ocurre aquí tras la Expo—, la propia policía y hasta el ejército, los imperios nacionales se van diluyendo hasta volverse terriblemente opacos. La creación del nuevo enemigo terrorista es un chollo para el control de la población y la pérdida de los derechos y libertades. Es un negocio redondo.
La fantástica película «Brazzil», de Terry Gilliam, de los maravillosos Monty Pithon, es una premonición cinematográfica de lo que nos resta por sufrir en un futuro. Gilliam, por cierto, volverá a rodar «el hombre que mató a don Quijote» próximamente en España. Mientras la ola de calor africano azota la península, y el alcalde de la inmortal ciudad de Zaragoza sugiere que continúe la Expo hasta que acabe el año, en la capital de ese imperio tercermundista y de pacotilla al que todavía llamamos Estados Unidos, la joven promesa de Barack Obama sugiere utilizar las reservas de petróleo yanquis para abaratar el precio del crudo y a la vez levantar el veto para explotar los yacimientos en las costas naturales y ecológicamente protegidas de California y Nuevo México. Bush, entre tanto, se larga de veraneo a Pekín para ver los Juegos y continúa el efecto de presión internacional sobre Turquía, la frontera entre China y Kazajistán, y la constante atómica de Irán, últimamente con los ensayos de misiles tácticos de los ayatolás en las mismas puertas de entrada del estrecho de Ormuz, por donde pasa la mayor parte del petróleo mundial. Salta a la vista que algo se cuece, hay que estar ciego para no verlo. Las tres cuartas partes de la gasolina con la que cargan sus depósitos los coches norteamericanos proviene de Venezuela y Oriente Próximo. Es curioso que el pasado fin de semana se llevaran por delante al asesor militar del presidente sirio en su propia casa. Un francotirador le voló la cabeza a distancia y con plena impunidad. Ya se habrán dado cuenta de que estoy haciendo hoy una crónica de sucesos extraños que, todos juntos y convenientemente hilvanados, ofrecen un panorama de acciones desestabilizadoras. Al mismo tiempo que buscan optimizar beneficios, las grandes fortunas mueven los hilos del planeta. Del imperio norteamericano se está pasando muy despacio a la mentalidad asiática. El dinero es más oscuro en China que en América, que ya es decir, por lo tanto se desplaza allí tranquilamente. Mientras una sofoquina veraniega barre la península desde África, la clase media —en plena recesión— se funde la tarjeta en comprarse una tele de plasma para ver las Olimpiadas frente al ventilador. Como si nada importante estuviera ocurriendo en realidad. Como si la única noticia verdadera fuese el calor de los termómetros. |