Catorce nabos
lunes 14 de septiembre de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    El alcalde acaba de salir del armario institucional con el sano propósito de ajustarle los machos a Peta Zeta, pero no se da el hombre por aludido. Que el presidente de gobierno mueva un músculo por las causas perdidas de Figueruelas requiere tal número de encuestas y equipos de lavado de imagen que es más fácil cambiar de sitio el Pilar para que pase el tranvía.
    Peta Zeta no necesita un entrenador como Belloch, que tiene un «look» calcado al del hombre lobo, sino un nutrido equipo de fisioterapeutas aplicándose a conciencia desde las pezuñas hasta la incipente coronilla del perillán, para ver si le sueltan los tendones y camina con otro garbo. Está tan anquilosado y camina tan tieso que, en los escasos instantes en que la da por sonreir —al estilo «vamp»— se carga de hombros, baja la guardia y le nace entonces una chepa a la altura del collejón, cuya joroba trae de cabeza a su batallón de asesores. El problema se agudiza cuando Hugo Chávez y Evo Morales le visitan en la Moncloa, jefes a los que saca varios cuerpos de altura. La estampa causa hondo pesar a los más finos estilitas, que no saben cómo disimular el aire de Drácula que pervierte la imagen de Peta Zeta en las fotografías y que desgraciadamente se multiplica cuando le acompaña Fétido —el mandamás de Repsol— que en cada flash tiende a mostrar los caninos de puro contento tras haberse topado en Venezuela con un fabuloso yacimiento de gas.
    La entrañable familia socialista, según transcurren los años, se asemeja de una forma cada vez más inconveniente a los Monster, ya sea por las amistades que prodigan o de una forma intrínseca a su degeneración en el poder. A Peta Zeta no le va a hervir la sangre aunque le claven banderillas en los lomos, de modo que recuperar el control de Figueruelas o impedir que se vaya a pique y media comunidad autónoma con dicha fábrica —por no decir las tres cuartas partes—, es una misión imposible. Ni con los doscientos millones de la DGA ni con el doble. Tal vez si piden un préstamo al Banco Central Europeo y se lo regalan al banco ruso que apadrina a los dueños de Magna consigan durante unos añitos que se hagan los espléndidos, aunque no deja de ser un aperitivo. Tiempo hubo para que el alcalde, el presidente autonómico y el gobierno del Estado se metieran en el enjuague pero tan grande les venía el baile de los millones que dejaron a los alemanes que cortaran el bacalao. Ahora sólo les queda echar algo de faena a los currelas, antes que caigan en la desesperación. Igual da que planten bonsáis en los jardines japoneses de la Exponabo o que levanten campos de fútbol a las afueras. Clorocauchutando carriles de bicicletas o calzando las traviesas del tranvía ni siquiera se cubre el expediente.
    El propio alcalde, viendo que la intermodal de la avenida Goya costaría más que la reparación del gran colisionador de hadrones de Ginebra, que ya es decir —porque se han fundido 23 millones de euracos—, renunció a realizar la obra completa al mismo tiempo que se iba haciendo la del tranvía y ofertó por un par de milloncetes la creación de un soberbio ataud de cemento en el subsuelo de la calzada, propuesta a la que ninguna empresa del ramo de la construcción ha dicho ni mu. Así están las cosas: feas pero todavía crepitantes. Nadie da un colín por la Exponabo de 2014 y resulta que no hay más en el horizonte.

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