Por la módica cantidad de cuatro binladen, justo al lado de mi casa, la doctora Bernabé reconstruye la honra en apenas un cuarto de hora y con anestesia local. Lo llama cirugía íntima. Alrededor de cien mujeres pasan por el quirófano anualmkente para hacerse una himenoplastia y vienen de todas partes, porque su consulta goza de una fama peninsular. Las pacientes son en su mayoría de etnia gitana o de creencias musulmanas, aunque también las hay que quieren dar un capricho a su pareja. Como mañana es el día mundial de la salud mental, conviene no olvidar esas sandeces sociales que tantos traumas provocan y que muchas veces tienen su raíz en los sentimientos de inferioridad de otras personas. El honor, por ejemplo, es un concepto masculino y decadente pero estremecedor, sobre todo cuando se asienta en la virginidad de otro ser humano. Una vez instalado queda a merced de la ridícula existencia de un repliegue membranoso que lo mismo puede saltar por ir en bici que haciendo un mal gesto en el retrete. Al perder el himen, por lo visto, se deteriora la dignidad llega el oprobio y se siente mucha vergüenza. La mayor parte de las veces, la honra se viene abajo de forma fortuita, así que mantener las piernas juntas se me antoja - más que un consejo idiota - una estrategia de inmovilización. No dudo yo que en la época de las cavernas ciertas actitudes favorecieran un avance. Pasar de la violación sistemática de las hembras a constituir parejas y familias supuso una mejora, pero basta una guerra para que se retrocedan milenios en la escala evolutiva de los machos.
Es obvio que no hace falta siquiera la excusa de la impunidad bélica. Hay sujetos tan recurrentes que aún después de haber cumplido condena por delitos sexuales todavía se ufanan de ser los eslabones perdidos de la especie. La sociedad se pregunta en ese instante si no será conveniente castrarlos, aunque sea de forma química, para que nos dejen en paz. La cirugía suele venir en auxilio de la catástrofes mentales, lo mismo cose que amputa lo más íntimo de los individuos, pero hay asuntos tan feos que ni en generaciones se resuelven. Es como si el instinto bajara turbio ya desde el cerebro y para recuperar al individuo no quedara más remedio que abrir el coco y sustituir su masa encefálica por otra más practicable. Entiendo que reconstruir el virgo de una mujer es más barato que poner en tratatamiento a sus congéneres, novio incluido. Pero salir a la ventana del dormitorio con un pañuelo manchado en sangre, lejos de aumentar la autoestima de una muchacha la degrada. Superar esta imagen de una manera simbólica, folclorizarla en un objeto que se aporta en el acto de casarse, es la asignatura pendiente para las culturas menos igualitarias. Sin embargo se observan retrocesos preocupantes donde ya se daban por resueltos. Los más arcaicos valores se nutren ahora de fantasías inconfesables y se resuelven a golpe de talonario. Bajo las sábanas se negocia un vientre plano, una teta ingrávida o un culo de mármol, a cambio de afecto o de otros bienes. Y también un himen nuevo para nuestro cariñoso desflorador. ¿Acaso no resulta patético? |