Ya no sé cómo decir a la gente, con un mínimo de exigencia ecológica, que no pierda el tiempo ni la paciencia visitando la Expo porque sólo harán mala sangre. El único pabellón que se moja en la materia del desarrollo sostenible —a parte del Faro de las Iniciativas— es el de Suecia, porque el país entero y sus empresas está muy concienciado y lleva años de ventaja a los demás, el resto en su mayoría es propaganda turística y tenderetes. Es curioso, sin embargo, que el espacio de los suecos no parece el más popular. Aunque no deja de ser un asunto banal, si comparamos todos los garitos es cierto que puede elaborarse una calificación en torno al diseño, la atracción y el entretenimiento, pero rara vez tendrá que ver el conjunto con el eslógan que promueve la propia organización de la Expo. Del agua, por supuesto, hablan todos. Quien más quien menos clava un chorrete, surtidor, cascadilla o te endosa un botellín. He pasado quince veces por Ranillas y sé de lo que hablo. Ahora que las agencias venden paquetes de tres días en Zaragoza a cuarenta euros, incluyendo la dormida, el viaje y las tres entradas con telecabina, les conviene saber a dónde vienen y cómo van a cocerse en el cemento. El que avisa no es traidor. Es verdad que por un precio así, y hasta por menos se ofertan en internet, casi gastas más en casa de modo que montas en un autobús y haces turismo de secano. Pero una vez en el meandro no van a descansar, se lo prometo, tan sólo harán fila, se pondrán de los nervios y cogerán un moreno de andamio. Nuestros jefes están muy interesados en que vengan a como dé lugar. Van tres millones de entradas y les da lo mismo que paguen el precio de taquilla, que vayan acreditados o que les haya tocado el pase en una tómbola. Ustedes entran, sudan, gastan, se remojan las pantorrillas en las charcas del acuario fluvial y allá se las compongan. Para los de la tierra es una forma como otra cualquiera de pasar la canícula, porque en verano no hay nada que hacer salvo tirarse en el sofá a leer un libro con el ventilador a toda pastilla o irse al cine y a la piscina. En época de vacas flacas, el pase de temporada en la Expo permite matar la tarde con la tartera en el morral mientras vas sellando el pasaporte. A mí me falta Kuwait, Alemania, Japón y el Hombre Vertiente, el resto de los cromos los tengo repes. A ver si me explico. Me estoy refiriendo a la Expo como quien escribe de las fiestas de su pueblo —como el vecino del PP y en plan cronista oficial— con la boina calada y el bocata en la mano. Yendo en este plan, la gente es capaz de atizarse unos guantazos por un cacho de roscón, así que las «casas regionales» molan que te cagas. Igual que su común restaurante, donde puedes comerte una paella de plástico. Si les va esta farra estarán en su salsa, de modo que ya tardan en venir para el «puente de la vírgen», que será la apoteósis del garrulo. En caso contrario, hagan caso omiso de las recomendaciones porque están perdidos. No hay más. Que haya mucha fila en un sitio no quiere decir que aten los perros con longaniza. El pabellón de Mónaco en este sentido es paradigmático, así que miedo me da el de Japón, al que algunos tildan de infantil. Para ver una película en tres dimensiones y media, como en el de Kuwait, que oferta un documental de apenas un cuarto de hora en 4D, casi es mejor irse al cine. Y para viajar en un pedalo por el pabellón de Alemania lo mismo conviene alquilar un patín en Salou. ¿Compensan las filas con lo que se ve después? Todo depende del valor en que estimen su tiempo, la curiosidad que tengan y lo aburridos que estén. Yo he pagado a parte para ver a Els Joglars y a Darío Fo en el Palacio de Congresos, cuyo aforo estaba a la mitad, así que es evidente que las visitas se conforman con lo que entra en el paquete de entrada. Incluso estoy convencido de que si todos los pabellones fueran como el de Nepal, a estas alturas de agosto habrían venido ya seis o siete millones de turistas. El eslógan ecológico de esta feria igual ha sido un hándicap para el negocio. Creo que la siguiente que monten nuestros próceres tendría que optar directamente por el consumo, les iría todavía mejor y serían consecuentes. La sinceridad no tiene por qué estar reñida con la lógica, ¿no creen? |