Lo malo no es tirarse por un balcón sino caer sobre otra persona. La culpa del que pasaba por allí no era otra que estar en el lugar inadecuado pero en el momento exacto.
Lo triste no es afirmar que ETA y la cocaína están íntimamente ligadas, sino que tenga que venir un escritor italiano perseguido por la Camorra a soltarlo valientemente y notar además que se le están meando en la oreja. El Gobierno de Felipe González, en los años 80, recibió dos informes del señor Petras —previamente encargados por el Centro de Investigaciones Sociológicas— y ninguno le gustó.Terminó escondiéndolos en un cajón, donde es seguro que se perdieron. Uno de los informes analizaba las relaciones entre los gobiernos democráticos y los jefes de la banda, la guerra sucia del Estado hasta entonces y la turbia relación de droga y armamento que mantuvieron los policías con los etarras. Es un asunto tan viejo como el sistema democrático, aunque los políticos prefieren olvidar lo que no les interesa.
Lo cachondo no es que sigan negociando las instituciones europeas con la General Motors, sino que una multinacional que está en quiebra termine por chantajearlos desde el Wall Street Journal y desde el Financial Times para pedir mil millones de dólares a fondo perdido y seguir llevando las riendas de sus fábricas como si nada hubiera ocurrido.
Lo extraño no es que siga la jarana entorno al negocio que hay montado alrededor de la gripe A, sino que tenga que venir el propio colegio de médicos a comentar que lo mismo se han pasado un pelín cargando las tintas y que igual es una fantasmada.
Lo flipante de haberse fundido en Madrid una incomparable cantidad de millones en adecentarla, y sin otro propósito que acoger un siglo de estos los juegos olímpicos, no son las nulas posibilidades que tienen de alcanzar tal sueño en 2016, sino que su alcalde continúe haciéndose el loco y tome por lelos a sus votantes asegurando encima que la candidatura madrileña ha salido reforzada tras el último batacazo.
Lo indignante del cambio climático no es el bochornazo en septiembre, sino que estemos volviendo a recuperar los hábitos de las bolsas de tela y las botellas de vidrio sin que nadie nos pague un céntimo por devolver los cascos, que es justo lo que ocurría hace cuarenta años. Ahora quitan de los supermercados las bolsas de plástico y lo denominan «moda», cuando se impuso precisamente esta moda para dar una función a los carritos e impedir que entrásemos con nuestras cestas en la tienda. Despidieron a miles de dependientes y llenaron los estantes con recipientes de plástico. No me extrañaría que vuelva de nuevo el papel encerado y que tengamos enfrente a alguien que nos atienda, ¿será el fin del súper o se inventarán otro proceso contaminante?
Lo lamentable de este verano no son los subsaharianos que mueren a la orilla del mar en las playas, sino que lleguen con el móvil a cuestas y en un aprieto pidan socorro a la Cruz Roja enviándoles un mensajito. La peña prefiere el clásico estilo de los cadáveres achicharrados por el sol, las quemaduras del naufragio, la sed y el hambre. ¿Acaso es hacer trampa llevar un teléfono en la patera?
Lo exasperante de los políticos conservadores al hablar de las escuchas no es que hayan perdido la razón, es que ni siquiera se entienden entre ellos. Al mismo tiempo que Rajoy culea en el asunto, Cospedal sigue en sus trece. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en cambio, confirma que el señorito Correa, uno de los imputados en el caso Gürtel, intentó conseguir la residencia en Colombia y Panamá por si las moscas.
Y en fin, lo terrorífico de Berlusconi, el caballerete de Italia, no es que se haya montado un burdel de lujo a costa de los contribuyentes, sino que el público conozca sus aventuras. Por eso pide ahora este mengano a la prensa —la que no ha logrado comprar todavía— dos millones de euros por difamación. Estos disparates a fulanos como Fraga, que está gagá, le importan una higa y por eso en las fiestas de su pueblo se honra en los pregones con una nostalgia delictiva la infausta memoria del dictador. Es de bien nacidos el ser agradecidos y de la misma manera que se pueden heredar las ideas lo mismo ocurre con las deudas. El colmo del suicida es convertirse a su pesar en un homicida involuntario. Lo chungo de tirarse al vacío no es caer de bruces encima de un peatón, sino que las temibles aseguradoras no están ya para tontadas y los parientes de la persona que salta por el balcón igual deben correr con las costas de dos funerales. |