Es muy difícil que los derechos adquiridos desaparezcan pero en un estado laico no resulta tolerable que la santidad cristiana sea la excusa de un periodo vacacional. Todos tenemos derecho a creer en lo que nos venga en gana, incluso a tocar el tambor cuando nos pete, siempre y cuando no pongamos en duda la realidad científica ni molestemos a los demás dando la tabarra. Comprendo que en algunas zonas el acontecimiento de los pasos y la imaginería de las esculturas que se portan a hombros albergan en sus entrañas cierto carácter cultural. Pero, ¿es coherente que chapemos un país todos los años por la celebración de un acontecimiento religioso que ni nos va ni nos viene? ¿Guarda alguna lógica, por cambiar de fechas, que el día de los enamorados sea precisamente el de un mengano llamado Valentín? ¿No existen mejores ejemplos de amor o incluso de lascivia? Que una tal Águeda siga disputándose el día de la mujer con la conmemoración del 8 de marzo, ¿no causa el menor bochorno en las conciencias? ¿Acaso no le debemos más, por poner un ejemplo, al descubridor de la penicilina, al que inventó la luz eléctrica o el teléfono? ¿Qué tiene el santoral católico que no pueda celebrar la ciencia o el arte en cualquiera de sus ramas? Si hay algo peor que la demagogia es la contradicción, porque en ella se refleja el auténtico poder de las sotanas.
El debate que se produce habitualmente entre agnósticos, ateos, creyentes de otras confesiones y laicos en general, cae por su base cuando hablamos de un calendario laboral trufado de festividades católicas. A ningún político en su sano juicio se le ocurriría pasar la goma de borrar sobre los próximos jueves y viernes "santos", y mucho menos evaporar de un plumazo la jornada de navidad. ¿Acaso no resulta hipócrita que la prensa más progresista, la que tanto clama contra las prebendas de la jerarquía católica, cierre el chiringuito durante estas fechas? Si un tal Jesús - en caso de existir realmente, asunto difícil de probar - nació tres años después de su supuesto alumbramiento y desde luego nunca un día 25 de diciembre, ¿no podríamos cambiar esta fiesta por otra menos condescendiente con la arcáica y plagiaria mentalidad cristiana? Si la jornada consagrada a la vírgen del Pilar pudo obtener el título - bastante penoso también - de día de la Hispanidad y terminar desarrollándose como una fesitividad de exaltación españolista, ¿tan imposible resulta encontrar iguales o más estúpidos calificativos para otros días, como el de la "inmaculada concepción", en tan absurdo calendario? Si queremos que la gente descanse o haga turismo durante las mismas fechas, o si conviene que disfruten de ellas en otras más lucrativas para los empresarios, ¿qué nos impide nombrarlas de otra manera? ¿Acaso no cambiamos la hora de nuestros relojes dos veces al año para ahorrarles parte del recibo de la luz a las industrias? |