Una quincena larga después de la toma de la Puerta de Sol, se ha puesto de manifiesto que uno de los problemas más graves de nuestra sociedad sigue siendo educativo. Somos ignorantes y en muchas ocasiones nos jactamos de ello. La Comisión de Feminismos expuso ayer en la Asamblea General los problemas a los que se enfrenta a diario. Lo hizo de manera directa y contundente, y muchos de los comentarios que se han vertido en la prensa y los blog no han venido a demostrar otra cosa que la razón de sus argumentos. No siempre se tienen ganas de educar a los más intolerantes, no es una tarea grata y requiere además de una especialización en psiquiatría, porque con frecuencia oculta problemas de mayor calado y compleja solución. El trato cotidiano entre mujeres y hombres requiere de una sensibilidad básica que, en el «mejor» de los supuestos, deriva con frecuencia en paternalismo. Lo común es el trato vejatorio, los sobrentendidos humillantes y un sinfín de modos y maneras que, por uso y por costumbre, pasan desapercibidos ante la mayoría de la población. El movimiento surgido a raíz de las manifestaciones del pasado 15 de mayo no está exento de tropezar en las mismas piedras que el resto de los mortales, así que tendría que asumir sus errores y favorecer la evolución.
La civilización, entendida como la máxima expresión del respeto, debería a estas alturas fraguarse en el feminismo de forma cotidiana. Reconocerse entre iguales no es ninguna amenaza, al contrario, es un buen símbolo para la dignidad humana. Deberíamos vigilar nuestra conducta en lugar de excusarla. Hay que abrirse al aprendizaje. Las generaciones más jóvenes, las que ahora nos están dando lecciones de democracia en las asambleas que se reproducen a diario por todo el país, no pueden abstraerse de la violencia machista. Ni de la grande, la que asesina a las mujeres, ni de la pequeña, que menosprecia la realidad.
La introducción de un lenguaje inclusivo, donde se mantenga presente la no discriminación, obliga en nuestro idioma a una constante reflexión previa. Pensar lo que se dice y cómo se dice, nos anima a hablar más despacio, sin ánimo de ofender y por lo tanto sin necesidad de retractarnos. Todavía hay muchas personas que no comprenden lo que dicen y que, con sus palabras, están denostando a la mitad de la población. Más grave aún es la actitud de los que maniobran con impunidad, bajo la creencia incluso de que es lo correcto. Siempre ha sido tarea de los movimientos feministas señalar conductas nocivas, lo mismo se reproduzcan en las altas esferas que alrededor de las revoluciones emergentes. Salta a la vista que en las escuelas, desde la más tierna infancia, no se imparte una enseñanza adecuada.
El movimiento del 15-M representa un salto cualitativo, es una dimensión distinta de la democracia que exige un cambio profundo en nuestras propias mentalidades. No es un fruto que vaya a pudrirse en cuatro o cinco días, al revés, es el motor de la regeneración política y social. Por eso es tan peligroso para el sistema actual y por eso hay que estar muy vigilante para que no se deteriore. La introducción del feminismo como la base de la relación entre los géneros no es ninguna tontería, es un concepto esencial. Por ejemplo, en la reforma del sistema electoral no se puede exigir que las listas sean abiertas si no son también paritarias. Debemos tener la capacidad de elegir a las personas, sea cual sea el partido al que representen, siempre y cuando las mujeres y los hombres conformen listas correlativas y al cincuenta por cien. Hoy por hoy ningún partido político cumple esta receta y es un mal síntoma. |