Aprovechando las primeras sofoquinas de abril la peña se echó el finde a la calle para ver cómo marchan las obras de la Expo y de paso cruzar la pasarela ideada por el señor Manterola. Oficialmente la bautizó el alcalde como la Pasarela del Voluntariado, sin embargo es reconocida de manera popular como el Pincho, debido al mástil de cincuenta metros que sostiene los tirantes del puente a mitad de camino y que le da un aire fálico a la ribera de lo más salvaje que se ha visto en años. El poste en cuestión tiene un galibo rojo en la misma punta, donde cabría una enorme aceituna y podría ensartarse con toda tranquilidad un helicóptero. Como a fin de cuentas es una ratonera para las mujeres, conviene señalizar muy bien el paso. Las mujeres observan el trazado de la pasarela y no encuentran por dónde se echa a correr. A solas y de noche, aunque les parezca muy mona, la cruzarían tan solo por causa de fuerza mayor. Otra cosa es a primera hora de la mañana, cuando despunta el alba y los verracos todavía andan sonámbulos, entonces se puede ir a currar andando porque te ahorras el autobús y desde la Química a Grancasa llegas en un santiamén.
De ingeniería muy moderna, el Pincho asemeja la popa de un barco imaginario y atraviesa el río creando una curva. No se puede hablar de una construcción emblemática porque el mismo arquitecto diseñó en Murcia una pasarela idéntica para cruzar el Segura, así que el puentecito no es original. Se trata más bien de un trabajo en serie, una fórmula. Puestos a sacar faltas —que aquí es algo que nos priva— se notan pronto los primeros desconchados en el firme. Es lo que ocurre cuando se va a toda pastilla, que nada es perfecto. Al suelo apenas le han metido una lechadita como para ir arreando, y cuando se estire el presupuesto igual nos lo embaldosan.
El cemento también gana a la hierba al otro lado del río, donde te topas con un paseo sembrado de ranitas. Las ranillas que se inventó Arrudi, el escultor, van señalando el camino que conduce al meandro igual que los garbanzos del cuento. Son de una ingenuidad contundente y por eso resultan una pocholada. Las encuentras pegadas a las fuentes, sobre el muro de contención o por las escaleras que bajan al Ebro intentando a duras penas disimular el hormigón. Yo me pasé el domingo por la mañana y estaba la zona hasta las cachas de gente, haciendo como que paseaban y cotilleándolo todo. A ver cuando crece la madreselva, se come lo gris y huele a perlas, porque las alcantarillas andan sueltas y canta mucho a humanidad. Entre la papelera y las cloacas, la ciudad tiene un soberbio problema con el desodorante, de modo que el alcalde haría bien en echar tepes a mansalva y colgar ambipures en cada farola. Lo demás es cuestión de seguir soltándolas. Con mil quinientos obreros en plantilla y una saca repleta de millones de euros es fácil terminar las obras de la Expo, lo complejo es que huela bien y se disimule un poco la piedra. Tampoco es cuestión de plantar allí árboles centenarios, pero los palos de escoba en pleno agosto se mustian que es un horror y ni a los grillos dan sombra. |