El verano oficial, que para el común de los curritos se concreta en el mes de agosto, finaliza cargado de paranoias sobre la salud y la economía del próximo curso. La península ya no es una, grande y libre —como afirmó la dictadura y los actuales escudos salmantinos— sino una familia escuálida, desavenida, hipócrita y preocupada que observa con pasmo el nuevo ciclo escolar y laboral. Según las últimas encuestas, el producto interior bruto se contrae más de un 4%, la inversión cae un 17% y el consumo retrocede un 6%. Se exporta un 16% menos y las importaciones bajan un 22%. En resumidas cuentas, no hay pasta y encima corremos el riesgo de pillar una gripe rara y desaparecer de la faz de la tierra. Ayer mismo murió Carmen Sevilla, al menos en la tele y en la Wikipedia, porque luego se desmintió el cotilleo y nos quedamos con un palmo de narices.
Nos hubiera venido de perlas un funeral multitudinario. Nada mejor que el llanto, los quejíos y una semblanza magnífica de las torpezas ajenas. El drama hispano libera las emociones, relaja los nervios y suelta la congoja interior levantando el ánimo del personal superviviente. Hay ganas de que la peña más famosa vaya estirando la pata porque el mundo Vip está petado de abuelos con un pie en la tumba.
Mientras se preparan las esquelas, el populacho se larga al cine, donde aún se está fresquito, a ver las ablaciones y las castraciones de la última peli de Lars Von Trier —el Anticristo—, que es una bacanal sangrienta, el anticipo porno-gore del fin del mundo, con toda su hipérbole, su casquería y menudillos. Aparte de los telediarios, es en el cine donde se masca y se huele la tragedia colectiva. No me extraña que el Gobierno de Peta Zeta se muestre generoso con todos los compatriotas condenados a muerte en el extranjero y decida soltar sesenta mil euros por reo, a ver si hay suerte.
Tener un abogado de los que cobran un pastón te salva el pellejo en el proceloso mundo exterior, otra cosa es lo que ocurra en el interior, donde exhumar un cadáver de la guerra incivil puede llevar décadas y si te empeñas mucho además la Diputación General de Aragón te puede clavar una multa de órdago. Tan cara está la muerte, que ni en la cuneta donde descansan los huesos de Lorca—junto a los de otras cuatro personas— los familiares consiguen ponerse de acuerdo. Nunca se sabe lo que resulta más aleccionador, si dejar los restos donde están — para escarnio de sus matarifes— o levantarles un panteón de mármol de Carrara. En cualquier caso todo funcionará a escote, porque la memoria histórica de nuestros gobernantes —aunque se quejen los fachas de aquella emérita cruzada — dio a luz una ley tan raquítica que nunca se cerrarán las llagas.
Hasta la literatura se pone también truculenta. Con motivo de su nueva novela —titulada «Pobre George»— le acaban de hacer una entrevista a la escritora norteamericana Paula Fox, en la que afirma que es difícil actualmente superar los treinta años de existencia sin cortarse las venas. A esa edad, la peña comienza a estar harta de trabajar a todas horas con el único propósito de sobrevivir. Quieren algo más que sentirse gordos y feos, necesitan un giro en su vida, lo que es un lujo para la clase media.
La crisis ha devorado casi un millón y medio de empleos en España, y como hay que sacar el dinero de cualquier parte, la clase media se siente muy preocupada por la seguridad. Los ingleses comienzan a darse cuenta de que instalar un millón de cámaras de video en las calles para vigilar a los viandantes sólo ha sido un chollo para las empresas fabricantes de tecnología, porque apenas se pudieron verificar, tirando por lo alto, unos mil delitos con ellas. Nada del otro jueves. Tampoco ha dicho nada que no supiéramos ya el insigne Badiola, aunque ha puesto su granito de arena en la escenografía general de terror que envuelve a todo el personal en este agosto que finaliza. A saber: que sin una vacunación rápida contra la gripe A, tendremos una explosión de casos a la vuelta de la esquina. A su juicio, y según las investigaciones, el origen de esta gripe es porcino y se registran alrededor de quince mil casos semanales. Sin caer en paranoias, Badiola advierte que si tenemos los síntomas es altamente probable que hayamos contraído la enfermedad, de modo que nos conviene telefonear al médico y no salir de casa para evitar contagios. No ha dicho nada sobre quién nos traerá el sueldo y la comida a domicilio, supongo que no es un asunto que atañe a su departamento. Ahora que pretenden endurecer las leyes contra el tabaco y que van a crujir unos quince mil bares, podemos pasar las fiebres y las vomitonas viendo la tele desde el sofá. Acabar las vacaciones y caer en la clásica depresión de la vuelta al trabajo, se lleva desde el sofá de una forma más apacible. Muchos ciudadanos pasan tantas horas tumbados allí que lo mismo podría servirles de ataúd. |