Gustavo, el rey de Suecia, no la rana, se ha pegado un rápido garbeo por Zaragoza. Apenas ha salido el monarca de la intermodal para echar un vistazo a los AVE que fabrica Talgo antes de pirarse a Soria, donde tiene previsto hacerse una foto con los dueños de un consorcio hispano-sueco. Pasan los vips por el hangar zaragozano, que está a tiro de piedra entre Barcelona y Madrid, para dejarlos atónitos con el pedazo de estación que han montado los jefes en medio del páramo. Sobra más de la mitad y el resto se queda helada en invierno, por eso los traen cuando todavía hace buen tiempo, no se vayan a constipar. No comprenden que el cierzo, a los nórdicos, se les antoja un brisa primaveral y si te descuidas se quedan en mangas de camisa. Los patronos del norte de Europa son distintos a los mandamases de Magna —o de Magma, para otorgarle cierto aspecto volcánico—. Todavía utilizan el manido recurso de que los trabajadores forman con los directivos algún tipo de equipo. El barullo que han creado los austriacos, canadienses y rusos en torno a «Magma» evita estas tonterías y gusta de ir al grano. De hecho, una vez visualizada la manifestación que se montó el sábado parecen haber comprendido que la planta de Figueruelas puede ser más conflictiva de lo que imaginaban, así que han filtrado a la prensa germana que van a dejar en la calle a más gente de la que se pensaba en un principio, no sea que las cabras se suban al monte. El propósito es dar yu-yu a la plantilla y comenzar a meterlos en cintura. No me extraña que el comité de empresa haya tenido que desmentir los rumores e incluso hablar de que existe un nuevo plan de productividad sobre la mesa, tantos años obedeciendo han perdido el callo. Los benditos expertos cuentan también que no habrá más despidos, que se trata de una vulgar estrategia. Que ampliando el número ahora se puede jugar luego con cierto margen para regatear, pero el fondo del drama no es cuánta peña se quedará en la calle sino cómo los van a echar. Adelgazar la plantilla o externalizarla son fenómenos distintos. En la jerga negociante da igual encargar faena a un puñado de contratas que traer los currelas desde cualquier entidad creada al efecto, en definitiva se trata de reducir gastos, así que depende de lo que cueste. Pero llevándose el tajo a otros países no hay cera que rascar. Subastar la faena siempre favorece a un listo que se queda con las sobras y si los jefes del terruño tienen la opción de rebañar el plato seguro que el caos se reduce en intensidad. Sin embargo «Magma», como indica su apodo, es una especie de contrata venida a más, pero más a lo bestia. En realidad no necesita encargar nada a nadie porque ella sola se lo guisa y se lo come, de modo que tenemos un culebrón angustioso por delante, sembrado además de chismes y trileros, que harán gozar a las almas menos sensibles.
No es la primera vez, ni será la última, que se trafica y chantajea con los puestos de trabajo. Si lo hizo la GM no sé porqué los de Magna van a ser diferentes, es una cuestión de dinero, aunque cabe la seria sospecha de que todo está amañado bajo la mesa y que estamos viendo la moviola. La cachaza que demuestra el gobierno estatal con este asunto podría ser una táctica o el simple fruto de su dejadez. Tampoco es lo mismo demoler una fábrica que desmontarla a pedazos. La segunda fórmula permite a la gente hacerse a la idea mientras que la primera los empuja a la guerrilla urbana, al estilo de los altos hornos durante la denominada reconversión industrial. Nunca se ha llegado por estas tierras a un extremo semejante, pero llevan tantos años de toreo y las nuevas generaciones de jóvenes trabajadores se han embarcado en automóviles y en hipotecas, que no sabemos lo que podrían dar de sí. Dos mil parados más son muchos como para tomarse el asunto a la ligera. |