En un alarde carente de todo sentido común, me he levantado a primera hora y me he encaminado a Expolandia con el insano propósito de conseguir unos boletos para ver esta tarde el Spanish Pavillion. A las nueve de la matiné, las puertas del Ebro ya estaban colmadas de humanoides dispuestos a comerse el magno evento entre pan y pan. Como estoy acreditado por el Pabellón de Marte —ya saben que la NASA ha encontrado agua en el planeta rojo y por lo visto ha comenzado a bebérsela toda— me dispuse a entrar por el embudo de los invitados, trabajadores y voluntarios, que está escondido a mano derecha. Allí no tuve la fortuna de toparme ni con el Príncipe Carlos ni con su esposa Camila, supongo que ambos seguirán patrocinando una cerveza ecológica en helicóptero, porque ir andando a los sitios resulta muy cansino, de modo que no los veremos por aquí. Entre otras causas porque su país no ha abierto embajada en Ebrópolis y asistiendo a la Expo quedarían sus políticos en mal lugar. Prefieren montárselo como la Infanta Leonor, que se coloca la gorra en Mallorca y los paparazzis la siembran de fotos, pero es que se trata de una nena y la chiquillería se cuece a orillas del Ebro, todavía sembrado de excavadoras, grúas y camiones. Tampoco viene el nuevo rey de Tonga a tomarse un kava kava en el chiringuito de las Islas del Pacífico. Por lo visto se fundió más de un millón y medio de euracos en la coronación —el presupuesto anual de todo el archipiélago— y ahora está el fulano enseñando la corona a los monarcas que han ido a visitarlo con mucha envidia. No ya porque viva en la Polinesia, que también cuenta a la hora de hacer un viaje largo a las antípodas, sino porque el zutanete goza en su tierra de un régimen feudal. Aquí, en Saragosse City, el feudalismo ya no existe pero nuestros jefes se comportan como si perteneciesen a la nobleza. Ayer mismo se montó la de dios entre el director de Fomento y la muchachada de la Prensa Maña. El señorito Antonio Fernández Serrano impidió a los chupatintas que preguntaran a la ministra Magadalena Álvarez sobre la alta siniestralidad de la N-II y el peaje de la AP-2 entre Fraga y Alfajarín. Calificó a los periodistas de cabezotas e incluso amenazó públicamente con llamar a los seguretas. Los jefes pierden los estribos con pasmosa facilidad y enseguida se les calienta la boca, será que la Expo deja las neuronas hechas polvo. O que se suben a la parra. En cualquier caso, viendo las filas de espanto que se organizaban antes de llegar al escáner y a los tornos, ni harto ni perezoso me calcé del cuello la acreditación y me encaminé hacia el embudo. A las puertas de la alambrada sendas azafatas cubrían los flancos, pero no tuve ningún problema. Eran las nueve y veinticinco de la mañana cuando atravesé el umbral del coladero y todavía faltaban cinco minutos para la estampida. Las televisiones, como si fuera un día de rebajas, aguardaban el momento con insana expectación. No me había llevado la cámara, y lo lamenté de veras porque merece la pena filmarlo. Llegué a la cola del pabellón de España sin despeinarme, pero el ciudadano anónimo que vino detrás de mí lo hizo al sprint y sin resuello. Por delante de nosotros había unas doscientas personas, todas acreditadas, incluída una pareja de policías nacionales, que ya guardaban fila cuando se dejó caer por allí «el primer atleta» echando las rabas y con una recia nevera colgándole de los lomos. La carrera fue sencillamente épica, desconozco por qué no participa este hombre en Pekín, aunque sea llevando a los turistas en bicicarro, que se ganaría un jornal. Eché en falta una cinta de meta y a los de la Cruz Roja, para que acabaran de rematar al sujeto, no estaría de más que el Colegio de Médicos abriera otro expediente informativo al respecto. Igual que han hecho con el suceso del niño muerto en la playa fluvial. No servirá de nada, pero cualquier día en la maratón del Pabellón de España ocurrirá cualquier desgracia y más vale prevenir que rellenar papeles. Mientras se multiplican las familias en quiebra, gracias a la crisis oronda que nos devora, en Expolandia la peña se deja las lorzas a la carrera por fichar el pasaporte de Fluvi y ni siquiera reciben medalla. Ahora que el alcalde va a regalar medallitas de oro a los ediles que ocuparon el sillón zaragozano desde 1978 (Sainz de Varanda —a título póstumo—, González Triviño, Luisa Fernanda y Atarés), tendría que ofrecerles algo a estos esforzados atletas anónimos, aunque sea un vaso de agua por su paciencia, encono y encendido entusiasmo. |