Cuando un acontecimiento me desagrada profundamente siempre me queda el recurso infantil de aguardar una respuesta adecuada de la madre naturaleza. Espero que llueva y a ser posible que granice a conciencia porque la invasión del Parque Grande por el Ejército, a falta de otras opciones, merece al menos tener a la climatología en contra. No hay peor proselitismo que aquel que se realiza con el beneplácito común y bajo el paraguas del gobierno. La captación de futuros profesionales alcanza cotas muy tristes y empobrecedoras cuando tenemos la desgracia de observar a un niño subido a un carro de combate y queriendo emular a sus mayores. La guerra es el peor ejemplo que podemos ofrecer a la infancia. Una sociedad que no entienda este concepto sin duda sufre una enfermedad irreversible. La simple visión de los tanques Leopard en un espacio tan civil como un parque tendría que causar espanto en la población. Contemplar estos artefactos mortales junto a los enormes pitosphorum en flor, no es sólo un contrasentido poético sino un exceso inaguantable. Prefiero que monten cuarenta mercadillos ambulantes y lo dejen todo hecho una pena a que los soldados levanten sus tiendas de camuflaje para jugar entre plataneros. Tanto exhibicionismo debería provocarnos sonrojo. Que se celebre la jornada de las fuerzas armadas la semana que viene no es excusa para un alarde de estas características. Supongo que esta es la razón por la que los Reyes se pegarán tres días en Zaragoza: hay muchas chuminadas que visitar y para llegar a todas vendrán también los principitos, a los que enseñarán los Goya y la Expo. La Casa Real al completo asistirá después como colofón al magno desfile militar en el paseo de la Independencia. Con su escuadrón de Sables de la Guardia Civil, su Infantería de Marina y su Bandera de la Legión, cabra incluida, la ciudad estará prácticamente tomada por los F-18, los F-1, los Eurofighter y los Harrier de despegue vertical. Rasgarán el cielo las patrullas Águila, los helicópteros Cougar, los Tigre y hasta los Colibrí. No sé qué habremos hecho para merecernos esta juerga, igual nos quieren colocar la nueva sede de la OTAN y este ruidoso batiburrillo no es otra cosa que un test de tolerancia. Quién sabe. En cualquier caso, y para que nos vayamos acostumbrando, el Estado Mayor de la Defensa ha repartido con los periódicos un croquis del suplicio. No va a ser el único, claro. Al caos en la circulación de los autobuses municipales se suman las más de setenta obras que todavía están en marcha y que inaugurarán los políticos durante estos días. El concejal de infraestructuras recordó ayer que el fenomenal barullo que estamos viviendo es una tontería en comparación con los momentos cumbre de casi trescientas faenas ejecutándose de manera simultánea que hemos aguantado hace unos meses. Ahora, a su dicharachero juicio, sólo resta la eclosión final. Así que disfrutemos de la crisálida o del capullo mientras haya tiempo, que después será inútil quejarse. Como muestra, valga un botón. Los mandamases de la Expo han advertido que no se podrá entrar en el meandro de Ranillas ni sólo un bocadillo. O se viene comido de casa o se apoquina en el interior. Las fiambreras, las cantimploras y las botellas de agua estarán prohibidas y sólo dejarán fumar en las zonas habilitadas al efecto. Las colas, por ejemplo, estarán libres de humo, igual que las actividades infantiles. Es curioso que puedas echar un cigarro mientras columpias al nene entre las tanquetas militares del Parque Grande y no se valga en la Expo. La Expo tiene ya un tufillo hipócrita y negociante que es de lo más desagradable. |