El algodón sí engaña
lunes 19 de septiembre de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

  La realidad se está convirtiendo en un cóctel de teleseries norteamericanas, al estilo de «Breaking Bad» y «Modern Family», por citar unos ejemplos, pero sólo la segunda de ellas arrasa en los premios Emmy. Todavía resulta aceptable que un profesor de química, a causa de un cáncer, se convierta en capo de la metanfetamina pero si además fuera gay e hispano, o hubiera adoptado una niña vietnamita, el impacto sería excesivo. Supongo que es más rentable dividir por lotes que presentar al público una emulsión, de modo que vivimos una época jodida pero fascinante. Lo mismo nos amenazan con que va a caer un satélite descontroladamente sobre la Tierra que exportamos el fantasma del 15 de mayo a Wall Street, aunque sea en una versión apta para scouts. Al mismo tiempo que el desempleo desborda el planeta, los Estados Unidos disfrutan actuando como un país «detergente». Los yankis, al contrario que los emergentes —como China, la India, Rusia y Brasil— lavan su mierda echándosela encima a los demás, por eso el jefe de la Casa Blanca se permite el lujo de dar clases a los europeos. No es caridad, lo único que pretende es que su economía no se hunda por completo en su propio guano financiero. Es un imposible porque la carroña vino de allí, pero aplicando la vieja táctica de huir hacia delante se lleva el pasmo con alegría. No se explica de otro modo que sean incapaces de pillar al vuelo un satélite y nos vendan el cohete de que pasado mañana llegarán a Marte. Reconocer que la sociedad actual no se parece ni en pintura al «sueño americano» de los años 50 y endosarnos a la vez un bodrio apabullante —titulado «el árbol de la vida»— produce cierta esquizofrenia en el espectador. La contradicción es tan evidente que igual la generan para alimentar sus negocios, quién sabe.

   En una época de vacas famélicas parece idiota publicar una revista de moda y lujo, sin embargo uno de los mayores grupos editoriales de este país regocijará el próximo domingo a sus lectores con un «diseño audaz y de alta gama destinado a un público femenino, que desea estar al tanto de las propuestas más vanguardistas». El periódico que la patrocina, allá por los años 70, recuerdo que representaba la biblia de los progresistas y ahora resulta que compite en decadencia con sus presuntos adversarios políticos. A este fenómeno lo denominan «estimular el crecimiento». El cine, la tele y los demás medios industriales de comunicación (¿o deberíamos decir de entretenimiento?) nos regalan un espejo cóncavo, donde es difícil contemplarnos como ciudadanos, electores o contribuyentes, ni siquiera como consumidores, a tenor del precio de los vestidos, las chozas y los oficios que lucen los famosos en las revistas, series y películas. Una sociedad globalizada se limita a asistir al espectáculo y su participación se reduce en el mejor de los casos a aplaudir en un concurso cuando se lo mandan. Ayer mismo paseaba por la calle camino del cine, con el ánimo de contemplar ese tocho infumable que protagonizan Brad Pitt, Sean Penn y Jessica Chastain —que tendría que haberse titulado el «árbol de la muerte»— cuando asaltó mis orejas desde un bar próximo el bramido de los espectadores jaleando un gol. El gol de un elemento que, muy probablemente, estaría embolsándose los jornales que esos aficcionados al fútbol ni en sueños ganarían todos juntos durante varias vidas. Los sentí tan emocionados y contentos que dicho jolgorio me dio a entender que tal vez alguno de los presentes hubiera acertado la primitiva, que acababa de mojar el churro o que de pronto tuviera la dicha de heredar una SICAV, gozando así de una vida resuelta. Desde entonces no dejo de pensar que nuestra sociedad está gravemente enferma. O algo peor, que cualquier día me clavan una camisa de fuerza.

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