Como ustedes saben, Teruel no existe, aunque su prodigioso nacimiento acaba de anunciarse en el mundo entero y cuando se produzca va a ser un petardazo, porque su presencia científica alimentará la astrofísica, la cosmología y si me apuran hasta la teoría de cuerdas durante años.
La culpa de tamaña gestación es de dos matemáticos norteamericanos, que acaban de modificar de una manera hasta hoy imprecisa la teoría de la relatividad de Einstein mediante una propuesta impactante. Afirman que la energía oscura —esa cosa desconocida que conforma las tres cuartas partes del universo— tal vez sea un canelo. Lo mismo ha desaparecido y la expansión de galaxias, estrellas y planetas es debida a la simple inercia. A juicio de Blake Temple y Joel Smoller, el universo se expande por ondas desde el Big Bang y si pudiéramos observarlo desde distintos puntos, nos daríamos cuenta de que no es idéntico en longitud, circunstancia que iría contra el principio coperniquiano y la mítica fórmula de la cosmología moderna, ese logotipo que los friquis imprimen en camisetas y que los nostálgicos de películas como Regreso al Futuro colocan bajo la imagen de un excéntrico barbudo en carteles, podría ser una broma. Esa broma tan fascinante que hasta hoy nos aseguraba que la energía era igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
Las gentes del CERN, donde se sitúa el mayor acelerador de hadrones de la Tierra, todavía se están golpeando la cabeza contra los ordenadores al escuchar la noticia, publicada hace unas horas en la PNAS, la revista oficial de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos. Si la investigación de los matemáticos norteamericanos fuese cierta, la carrera por hallar el Bosón de Higgs o las partículas supersimétricas sería un cuento chino y los europeos estarían haciendo el ridículo gastándose triillonadas de euros en las profundidades de Suiza para competir con los yanquis. La fabulosa carrera para conocer el origen del universo —o parodiando a los creyentes, «la partícula de dios»— no descubriría jamás ni un triste comino. ¿Hay alguien tan atrevido, tan abstraído y meticuloso en la cosmología actual como para estudiar la energía oscura con cuatro duros y devolver la cordura entre los científicos? Lo hay. En verdad existe.
Se llama Mariano Moles y es director del Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón, cuya sede está en Teruel, concretamente en la sierra de Javalambre, justo donde el presidente de nuestra comunidad autónoma aseguró que en 2011 se levantaría el único telescopio europeo destinado a observar y reconocer la energía oscura en el universo. Para una tarea tan hercúlea, la Diputación General de Aragón fijó el ridículo presupuesto de doce millones de euretes.
Don Mariano, aguardando a que algún año de estos se construya el telescopio y pueda ocuparse del asunto, trabaja hoy en el laboratorio de Astrofísica de Andalucía, al que se incorporó desde la Universidad de Berckeley, en California. Conoce al dedillo la nueva propuesta, porque mientras curraba en América casualmente tenía por vecinos a un grupo de astrónomos dirigidos por Adam Riess, de cuyo laboratorio emergió el problema que hoy mantiene en vilo a los amantes y negociantes de la física teórica y de la cosmología.
A don Mariano parece no preocuparle la formulación matemática de sus viejos compañeros universitarios, afirma que el asunto todavía está en mantillas y que es tal nuestro desconocimiento del cosmos que de aquí a 2015 la ciencia puede dar muchas vueltas. Considera que la energía oscura existe y que lo fantasmagórico de su nombre proviene de la falta de medios para su investigación, no de que sea un invento o un apaño. La teoría de Einstein y los conocimientos de Copérnico no se pueden echar por tierra sin demostraciones, sin observaciones, sin hechos contundentes que avalen la nueva teoría de ondas propuesta por Temple y Smoller, los matemáticos americanos. Ahora, más que nunca, es cuando se necesita el telescopio de Javalambre para detectar de una vez por todas si la energía oscura está donde debe de estar —es decir, por todas partes— o es menos oscura de lo que parece. Y es justo en este instante cuando Teruel, nuestra entelequia provincial más arraigada, puede iluminar al mundo con su anómala existencia. |