Como ayer fue el día de la mujer trabajadora, hoy, y el resto del año hasta el próximo 8 de marzo, pertenece al hombre. Desconozco si al hombre trabajador o simplemente al hombre mondo y lirondo. No es la primera vez que escucho a un hombre exigir un día concreto y a una mujer contestar que ya gozan de días suficientes como para pedir uno en particular. Que se presten o se regalen jornadas del calendario a los hombres, sin embargo, estaría muy bien aunque seguramente comprenderíamos en seguida que no hay nada nuevo bajo el sol masculino, salvo una prometedora ausencia de imaginación colectiva. Cuando alguien habla hoy del día de los hombres se refiere al del orgullo gay, donde la lesbiandad curiosamente sigue pasando desapercibida en comparación al exhibicionismo de los que acaparan las demandas.
La identificación entre el hombre heterosexual y el poder económico es tan aguda que basta asomarse a las calles en hora punta para observar un desfile de trajes, maletines y corbatas camino del centro financiero de las ciudades. Asistimos a la manifestación cotidiana del eterno día de los hombres también en las fábricas, donde los monos de trabajo, los cascos y las fiambreras evidencian una mayoría masculina incluso en el tajo de usar y tirar. Personalmente creo que toda esta mentira acabará un buen día saltando por los aires pero a menudo siento que tan sólo se trata de un pensamiento ingenuo, un propósito efímero, una buena intención desprovista de la más mínima carga crítica. A la humanidad se la sigue calificando por uno de sus géneros, el del hombre. Se dice que el hombre llega a la Luna o descubre la penicilina aunque sea una mujer la que descubra el remedio contra una enfermedad o ponga el pie por primera vez en alguna parte. Da la impresión de que no existen las personas. A la hora de expresarse no hay un plan, aunque sea en términos léxicos, que iguale a los géneros de la humanidad en proyectos conjuntos. Identificarse como persona continúa siendo una banalidad.
No existe un día donde podamos identificarnos como personas. Al abrir un periódico, en cambio, nos reflejamos como animales en múltiples ocasiones, tantas que llega un instante en que parece imposible la evolución hacia territorios menos dañinos. La ley del más fuerte —la versión 2.0 del macho dominante— nos ha conducido desde la selva a la competitividad y de ahí a la quiebra sistemática, no sólo de la economía sino también de la sensibilidad. Ser hoy una persona sensible supone carecer de herramientas suficientes para manejarse en sociedad. La sociedad intepreta aún los sentimientos altruístas como una debilidad psicológica y tiende a aprovecharse de las carencias ajenas en beneficio propio. Los hombres heterosexuales que no responden al rol suelen terminar en la consulta de un psiquiatra o en el limbo de las estadísticas. Como si todos los días fueran suyos pero no quisieran ninguno. |