Un chaval finlandés de 18 años, apodado en YouTube como El Espíritu de la Tormenta (concretamente el octogésimo noveno espíritu de la tormenta, no sé yo si por falta de imaginación o por tener una imaginación obsesiva), agarró su revóver al salir de su casa - allá en Finlandia, a 50 kilómetros de Helsinki - y llegó a su instituto bien dispuesto a cepillarse lo que cayera por delante. Cayeron ocho personas, nueve si lo contamos a él, pues terminó la faena volándose la cabeza. Por lo visto era nazi. Lo saben por su propia página web, donde ponía en duda el holocausto y se iba de la olla a conciencia, no me extraña que tuviera ganas de reventársela. Los nazis no tienen ningún problema en derrapar, sobre todo si son jóvenes. Su secta se lo permite, en sus nidos les alientan y les aplauden cuando cometen cualquier barbaridad. Lo que nunca he entendido es a qué cielo van los nazis cuando se inmolan. ¿Con qué cielo habrá soñado este imbécil que a sus desperdiciados 18 años le pega un tiro a la directora, a varios compañeros y a sí mismo después? ¿Cual es la recompensa?
Si las sectas tienen éxito es por el premio gordo que sortean tras la muerte de sus mártires. Basta con ser un descerebrado para entrar en el bombo. El único requisito imprescindible para que a uno le coman bien el tarro es tener la sesera limpia, sin un barniz. No me extraña que la educación finlandesa, reconocida como la mejor del mundo, se haya quedado de piedra con este crimen. Su factura es un calco de las que se producen en Estados Unidos, cuya educación es tan pobre como fronteriza, ¿pero en Finlandia? Allí es prácticamente imposible, no ya tener un arma - que es un producto, y como tal se compra y se vende - sino tener semejante problema mental a los dieciocho años... Pues sí.
El problema mental existe. Se aprecia de una manera sutil en los varones jóvenes de las sociedades nórdicas, y no es necesario que una mano los empuje al precipicio, es que van solos. La disfunción se manifiesta por un alto índice de alcohol en sangre. Su alta tasa de sucidios delata que el sistema no sabe muy bien qué hacer con sus mastuerzos. No encuentran sitio ni referentes y de vez en cuando son pasto de ideas nocivas, violentas o autodestructivas. Cualquier causa les parece buena para quitarse de enmedio. No sé por qué nos llama la atención que un islamista se cuelgue un cinturón de bombas a la cintura y sin embargo nos deja helados que un nazi coja una pistola y vacíe el cargador en el instituto. Será la proximidad, pero en esencia detrás del gesto se esconde el mismo tipo de cerebro roto. Y siempre es masculino, ¿no es preocupante? |