Cada día que transcurre se demuestra que organizar una Exposición Internacional es un asunto delicado. Me lo recuerda una de las interpretaciones que me perdí ayer, la de Michel Deneuve, compositor y cristalista, en el Balcón de las Artes Escénicas. Menos mal que dentro de poco, y gracias a la inquietante colaboración de las Naciones Unidas, estaré debidamente acreditado para asistir sin demasiados agobios a otras maravillas que cruzarán el río y que rara vez —por no decir nunca— tendré la oportunidad de gozar como se merecen. Tal vez esta tarde, quién sabe, pueda ver la escultura del «hombre que escribía en el agua», otra delicia que se expone ahora en el Pabellón de Bélgica. La Expo, pese a mis críticas, está salpimentada de pequeños prodigios sensoriales, la pena es el conjunto que las alberga y la organización que las dirige. Poco a poco las protestas suben de tono y las reacciones son más adversas. La última fue la de Diego García, catedrádico de ecología en la Politécnica de Madrid, al que se le antoja un derroche crear un azud en el Ebro. Lo soltó ayer en el botijo —el Faro de las Iniciativas, lo llaman los más cándidos— y para remachar en el mismo clavo alucinó a colorines con la sandez de poner barcazas cuando existen los «hovercrafts», que son más ecológicos, más baratos y más guapos. El catedrático no entiende que haya que dragar el río para hacerlo navegable durante un par de meses, si es que lo consiguen algún año de estos, existiendo esta alternativa de transporte fluvial que permite surcar el Ebro aunque no tenga mas que unos pocos milímetros de agua. Afirma también que el diseño de las obras ha sido una chapuza. Cita al pabellón puente, la estrella de la Expo, cuya construcción se llevó por delante una docena de álamos centenarios en la margen derecha, eliminando de las orillas la vegetación de tarays que protegía la zona de la erosión. La Chunta Aragonesista y los grupos ecologistas van ya directamente contra el alcalde, al que acusan de tozudo e incapaz por estas mismas causas. Entre tanto, los jefes de la Expo se siguen tomando con mucha calma el lamentable caos de las filas, la falta de sombra y la ausencia de fuentes. Las pocas charcas que hay, como la del Acuario, están excesivamente cloradas de modo que conviene no remojarse allí las pantorrillas no vaya a salirte un sarpullido de cagarse la perra. Ayer, por lo que se contaba, iban a levantar veinte surtidores de agua de boca, pero tampoco los ha visto nadie. Van capeando el panorama colocando sombrillas de diseño y dando publicidad a los arreglos que van a hacer, pero entre una cosa y otra si te he visto no me acuerdo. Los taxistas afirman que no se jalan un colín y recortan su propia flota durante los fines de semana para reducir las pérdidas, asunto que a las asociaciones de consumidores les parece una tomadura de pelo. El alcalde, que lleva unos días en «stand-by», intenta vendernos una película de ciencia ficción en el aeropuerto, convirtiendo los vuelos chárter vacacionales de los zaragozanos que, pese a la nueva subida del Euríbor, todavía pueden pagarse un avión para ver el mundo, en montones de concienciados pasajeros de Europa que vienen a ver la Expo. Miedo da pensar que cuando acabe el evento, la factura nos pondrá los pelos como escarpias. En las cosas nimias, como el reciclaje de las basuras, la sostenibilidad y el desarrollo que sirven de excusa para el negocio de cuatro rufianes en la Expo, no acaba de calar si quiera entre los visitantes. Con el petróleo a 145 dólares el barril, el recinto de Ranillas se permite el lujo de producir quince toneladas diarias de carroña que van a parar directamente al vertedero, porque a la peña le da lo mismo echar los restos del bocata en el cubo de los plásticos y porque a la organización le importa un comino que las empresas que trabajan allí hagan tres cuartos de lo mismo. Montar una Exposición Internacional tendría que ser un asunto tan delicado y fascinante como tocar un órgano de cristal. Si lo único que prima es la masificación, jamás podremos sentirnos satisfechos. No disfrutaremos adecuadamente de las soluciones que vienen a aportar los países participantes, cuando en lugar de ser un ejemplo estamos colaborando en el desastre. Entristece ver cómo se funden millones de euros tan sólo en aparentar. |