No se puede ser vigilante de la playa ni conducir el coche fantástico sin darse a la bebida, del mismo modo que no se puede ser alcalde y no llenar de zanjas la ciudad. Puede ser que al final los conductores acaben dándole al frasco, pero harían mejor en vender el automóvil e ir andando, que es una manera rápida de terminar con el sufrimiento de la Opel y al mismo tiempo con Tuzsa. Es una cuestión de salud pública, sobre todo ahora que el cambio climático nos va a regalar un otoño caliente.
No se puede ser ministra de la igualdad y estar exenta de que te caiga encima un antiabortista. Tan predecibles como una tormenta, los provida son unos profesionales de la coacción y como no tienen nada mejor que hacer promueven la fabricación de fetos de goma, los compran y van corriendo a lanzárselos a la cara. En lugar de azotarse los lomos con una cincha, que es lo que les mola, de pronto les sobreviene un exceso de testosterona e intentan saltarle un ojo a los demás; resultará mediocre pero da portadas en los periódicos. Publicidad.
Tampoco se puede ejercer como vicepresidenta de un gobierno y hacer bien la digestión. Si una persona trabaja en política y tiene la cabeza en su sitio, tarde o temprano se le rompen los intestinos. A fuerza de tragar carros y carretas, la política deteriora un montón. Sufrir en silencio una grave oclusión intestinal es para una gobernante lo mismo que para un expresidente llevar la crisis de los cincuenta hasta el paroxismo. Y si no que le pregunten a Aznar, cuyas paradojas le desbordan en sus gestas públicas hasta convertirle en un personaje cómico. Meterse entre pecho y espalda dos mil abdominales diarios le ha dejado la neurona socarrada, así que no es raro ver al jefe honorario de los conservadores presentando libros ajenos y a falta de algo mejor lanzándose flores a sí mismo, que es el colmo de no tener abuela.
Es imposible también estar en la oposición y no sentirse perseguido. La dueña de la comunidad de Madrid hizo creer a su amado público que el ministro del interior tenía en su casa un ordenador gordísimo, un artefacto sin parangón en el mercado, gracias al cual espiaba a todo quisque. Tras escupir un lapo tan hermoso ni siquiera lo lleva a analizar al parlamento europeo. Puede resultar un absurdo y sin embargo se trata de una sana costumbre hispana. Nadie en su sano juicio le pedirá nunca a la peña friqui de Rajoy que lance la piedra y no esconda la mano, porque en eso precisamente consiste su trabajo. Es tan obvio como la oposición de los empresarios de la CEOE a que suban los impuestos. Nadie se escandaliza porque es normal.
Es normal que un tetrapléjico australiano consiga que un juez reconozca su derecho a rechazar un tratamiento. Si esta negación le ocasiona la muerte, allá se las componga. En la mentalidad reaccionaria confundir el dolor con la muerte digna es un suceso correcto. Es preferible que la gente casque rabiando en seco a que digan adiós con morfina hasta las trancas. Todo en la vida tiene un precio, y el de morir cuando quieras y sin sufrir a lomo caliente cuesta un calvario en médicos, jueces y abogados. En cambio, si un nazi apuñala a cara descubierta en el metro de Legazpi a un usuario, el asesino puede alegar que maniobró en legítima defensa, aquejado por un estado de extrema necesidad e incluso poseído por un miedo insuperable. No se puede ser nazi y además resultar coherente, lo lógico es ser rastrero y cobarde. Es su precio. |