El proyecto natal
martes 2 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Hay algo fantasmagórico en el planeta digital. Nos despegamos tanto de la tierra, pisamos tan brevemente el suelo, que no puede extrañarnos que se esfumen los aviones en el aire dejando un rastro de puntitos naranjas. En los videojuegos, cuando sobrevolamos el océano como un pájaro o nos comemos los kilómetros a ras de asfalto bajo las ruedas, la presencia de una línea discontinua lo mismo representa un montón de flotadores a la deriva que las centellas fosforescentes que deja cualquier invento tras una horripilante explosión. El día que peta uno de los mayores fabricantes de autos también desaparece en las pantallas de los controladores aéreos un airbus con doscientas personas volando.
    Un cachivache gigantesco apenas es un pixel luminoso que de pronto se apaga en un radar. Aunque abofeteemos la pantalla, tardamos en darnos cuenta de que esa luciérnaga de mentira no vuelve ya a palpitar. Hacemos lo mismo cuando alguien se muere. No lo miramos a la cara, ni le tomamos el pulso, sino que observamos la imagen de su encefalograma surcando a pasitos cortos el fondo negro de una pantalla. Y nos parece lo más normal. La existencia de un punto de luz en el televisor nos indica la presencia de la vida, tal vez por esa razón los etíopes no llevan atada al cuello una linterna, así nunca sabremos cuándo la diñan. Ya se sabe. Ojos que no ven, corazón que no siente.
    A la tecnología del primer mundo no le interesa amargarnos el telediario, prefiere regalar a los contribuyentes un universo paralelo de pacotilla, al que califican de «prodigio del renacimiento». Su nombre vulgar también es muy rimbombante, lo llaman Proyecto Natal, y si la casualidad de ciertas noticias suele rayar la locura, ver a los supervivientes de los Beatles anunciando la nueva X Box de Bill Gates es un tripi.
    Cuando los políticos cuentan que la recesión se termina y que se abre ya a nuestros ojos un nuevo capitalismo, supongo que se refieren a que los pilotos de los aviones, en un futuro próximo, gracias a la X Box podrán conducir sin manos desde su domicilio. Los imagino gesticulando frente a un ordenador parlante y quedándose sin habla cuando, de pronto, se va la luz y se interrumpe el vuelo. ¿Qué habrá pasado?
    En la carrera por salir de nuestro propio cuerpo, o por llevar el cuerpo a otra parte (da igual un mundo de dibujos animados que la estratosfera), los televisores se han ido convirtiendo en herramientas de trabajo en la oficina y hasta en los quirófanos. Empezaron siendo simples juguetes de ocio para niños y adultos, y ahora conforman un territorio anexo a la realidad, donde se devora la imaginación recreando la vista. Es la nueva deidad: el arte del simulacro. Poco a poco se está creando una simulación de la vida. Parece fácil reproducir el sentido de la vista y del oído, en un plano bidimensional, pero tarde o temprano llegarán los hologramas y no hará falta relacionarse con nadie para vivir una constante amistad virtual. No me tengo por un inútil ni me dan miedo las nuevas tecnologías, pero desarrollan también graves contrastes. Lo mismo desprecian el contacto real entre personas que generan insensibilidad ante los acontecimientos. Podemos hacer gimnasia, pero los sentimientos duermen en una ilusión.

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