La luz y el sonido siguen siendo los parientes pobres del diseño en los escenarios. Que haya que colocarse o no un arnés ya indica el modo en el que se hacen las cosas y si hoy estamos hablando de la seguridad laboral es por la muerte de un técnico en el Palacio de Congresos, que ayer se vino abajo desde el falso techo yendo a parar sus huesos contra el patio de butacas. El actor del Hombre Vertiente, en plena representación de su espectáculo en el pabellón de Inspiraciones Acuáticas, también se vino abajo hace unas semanas aunque tuvo mayor fortuna y está vivo para contarlo. El show debe continuar. Siempre lo hace y sin grandes mejoras. Lo mismo da que las obras sean nuevas, que se trate de una Exposición Internacional o de una barraca de feria, los negocios reportan dinero si los gastos y las inversiones se reducen al mínimo. El teatro se interpreta como una arte de las apariencias y mientras las butacas sean buenas y la visibilidad del público suficiente, lo demás es harina de otro costal. Un palacio de congresos, como su propio nombre indica, tendría que estar pensado para las grandes conferencias y reuniones, de la misma forma que un auditorio acoge a las orquestas y un teatro a las compañías escénicas. En Zaragoza no es así.
Una vez que se derribó el Teatro Fleta, similar en volumen al Palacio de Congresos, se programa lo que venga en gana en cualquier parte y así nos luce el pelo. La iluminación y el sonido de dicho palacio no está preparado para espectáculos, claro que el Auditorio, cuando se construyó, tampoco era capaz de asumir la iluminación de una sinfónica y en el Principal no cabe, por poner un ejemplo, tan siquiera una ópera. La muerte de un técnico evidencia estas graves fallas en la estructura, a lo que se suma las carencias de todos los respectivos balcones de la Expo, donde las acometidas de corriente, según afirman los trabajadores, son tercermundistas. Como comprenderán, a un sitio donde hay que acceder con arnés y acompañado, no escala una señora de la limpieza, de modo que los accesos donde ocurren estos accidentes suelen ser pasto del polvo y la carroña, más o menos como hace unas décadas, cuando me dedicaba al teatro y tuve la dicha de patearme buena parte de los escenarios del país. Han mejorado los camerinos de los intérpretes, algunos de los cuales gozan hasta de ducha con agua caliente, pero las condiciones en que trabajan los técnicos no han variado en exceso. Observen, cuando acudan a cualquier representación, dónde están los focos y cómo llegarían ustedes hasta ellos. No ya para que iluminen convenientemente a los actores, pues en muchos casos la tecnología ha logrado que se muevan por control remoto, sino para proceder a una reparación o simplemente cambiar una bombilla. Si el acceso hasta los mismos no es visible, imagínense lo peor y acertarán. Nuestros diseñadores de espacios o no piensan en estas menudencias o si lo hacen, a la hora de construir, olvidan los detalles. El resultado es un chaval que pierde la vida contra la platea, y si no hubiera sido ayer habría ocurrido en otro momento, los defectos estructurales siempre aguardan la peor ocasión para descubrir las miserias humanas de cualquier negocio. En el terreno de lo público, sembrado de contratas y subcontratas donde no existe siquiera el convenio colectivo, el desamparo de los técnicos de iluminación y sonido es evidente. Al final, como siempre, la culpa es del que se ha defenestrado. El empresario correspondiente señala las epis —los equipos de prodección individual reglamentarios— y confirma que los trabajadores prefieren moverse de cualquier manera por un andamio a protegerse como es debido. Rara vez se ponen en solfa otras cuestiones de riesgo, a nadie le interesa entrar en detalles. Hay mucha gente esperando en la cola del paro a que quede una vacante y las empresas aseguradoras lo tienen todo bajo control. El espectáculo debe continuar, ya saben, caiga quien caiga y aunque cueste la vida. La vida ajena es siempre de quita y pon. |