En Estados Unidos no se sabe muy bien cuándo uno es rico, multimillonario o invisible. Mientras en otros países se habla de que buena parte de la población vive bajo el umbral de la pobreza, en aquel territorio del tercer mundo, donde casualmente residen los jefes del imperio, se discute mucho últimamente sobre dónde fijan la raya de la riqueza. ¿Cuántos millones de dólares hay que tener? ¿Diez, cien, mil? Barack Obama está dispuesto a considerar clase media, y por lo tanto exento de impuestos, a todo contribuyente que gane menos de cien mil dólares anuales. Un sujeto que se embolse aquí alrededor de cinco mil quinientos euros al mes, en Yanquilandia no tendría que pagar ni un chavo, así que le han preguntado a John McCain, el candidato republicano, cuánta pasta tiene en el banco y no ha sabido qué contestar. ¿Podía decir al menos cuántas propiedades tiene? Tampoco se acordaba. Ni siquiera conoce el número de casas que hay registradas a su nombre. Sospechaba que tres o cuatro, pero no pudo asegurarlo, de modo que remitió a su equipo de colaboradores para que respondieran por él.
Obama, muy ufano salió al paso de estas declaraciones confirmando que si McCain no era capaz de manejar sus propiedades, difícil sería que administrase con soltura las del país. El problema, sin embargo, no es una cuestión administrativa. Ni siquiera de memoria económica. Ni Obama ni McCain pisan suelo firme cuando se lanzan a hablar de dinero. Ninguno de los dos necesita hacer el más mínimo esfuerzo para llegar a fin de mes. Es cierto que la esposa del republicano proviene de una adinerada familia, de las que amasan fortunas gracias a la cerveza, pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que en la alta política norteamericana no cabe un pobretón. El hermano de Obama, sin ir más lejos, continúa viviendo en un chabolario africano y aunque pudiera servir de ejemplo para constatar la limpieza de un candidato demócrata, también se utiliza para contradecir su sensibilidad social. A un sujeto que le importa un bledo su hermano, ¿le interesará mucho lo que ocurra en Harlem o en el Bronx? Resulta muy complejo decidirse por el mal menor cuando las grandes multinacionales financian a los dos partidos en liza. El estúpido debate sobre el umbral de la riqueza resulta de un cinismo insoportable cuando roza la sanidad pública. Ambos candidatos son financiados por las terribles aseguradoras médicas, circunstancia que garantiza la agria continuidad del actual sistema de salud en un futuro, así que gane quien gane, los ciudadanos tendrán que seguir pagando a los médicos de su propio bolsillo. Muchas familias se arruinan cada año para abonar las facturas sanitarias, además de las que no pueden pagar su casa o pierden el trabajo, y en este calvario escuchar semejantes sandeces no sólo es revelador sino que aleja todavía más de las urnas al votante habitual, por lo común dado al abstencionismo y con escasos estímulos políticos.
La sociedad estadounidense se encuentra atrapada entre la supuesta ingenuidad que representa Obama, cuyos discursos aún se nutren del tópico sueño americano, a estas alturas imposible de creer y la conocida mentalidad republicana, encarnada en McCain, cuya ideología se concreta en tener siempre un rifle bien cargado junto a su almohada, y que desde luego no engaña a nadie. El país vive pues en un 4 de julio permanente y el único pavo en pepitoria que se sortea es el Despacho Oval. Mientras ambos candidatos intentan convencer a alguien de sus bondades, sus tropas en Afganistán acaban de bombardear una aldea cerca de Herat, a unos kilómetros tan sólo de donde se encuentra el batallón de los españoles, llevándose por delante a cincuenta inocentes. Tarde o temprano demostrarán que todos esos niños muertos eran insurgentes o diabólicos terroristas, aunque la única desgracia que hayan tenido es la de nacer en uno de los países más pobres del planeta, donde eres rico con un pedazo de pan y encima te echan la culpa de las torres gemelas. |