Ya no consumimos tanto como antes de la crisis. Los bancos y cajas de ahorros miden a sus clientes según van gastando y han llegado a la noble conclusión de que nos fundimos menos de un 4%. No es que nos haya dado de pronto por ahorrar, ocurre que no hay de dónde extraer. Mientras el gremio turístico comienza a hacer cuentas y le salen rosarios, siguen los políticos dando ejemplo de que todavía es posible veranear y pasean sus bronceados frente a los micros arreándose golpes verbales y tentándose mutuamente. Da la impresión de que se están tomando las medidas. Y no me refiero a los acuerdos que la población, en mitad de una crisis, exige de gobernantes y opositores, sino que están entrenando sus gargantas y haciendo gorgoritos de cara a las próximas refriegas parlamentarias. Los socialdemócratas afirman que va siendo hora de subir los impuestos a las clases más pudientes y los conservadores aparecen corriendo en la tele para llevarse las manos a la cabeza y soltar que es una locura, ninguno de ellos en cambio parece sufrir carencias económicas.
Hablan de subir el subsidio y la cobertura a los nuevos desempleados y se les llena la boca defendiéndolos, pero nadie se sonroja por darse la vida padre ni regresa de la playa antes de tiempo. ¿Acaso ha cambiado un ápice la situación? ¿Se adivina un futuro de prosperidad a la vuelta de agosto? Es harto improbable, sin embargo algo extraño ha ocurrido con la opinión pública y no me refiero a la que dictan los medios de comunicación sino al sentir general de la gente. Se ha cruzado el umbral del agobio y poco a poco nos vamos instalando en la desesperanza y la desidia, trufadas ambas conductas con grandes dosis de temor. Me ha parecido inquietante a la par que reveladora, la última entrevista concedida por la actriz Marisa Paredes, donde declara que es muy probable que el cine español esté de capa caída por las opiniones vertidas por sus profesionales en contra de la guerra de Irak. Sin embargo, viendo el resultado de una batalla que se resiste a terminar y que engorda vertiginosamente, la actitud de actores y directores parece ahora todavía más entendible que entonces. ¿Es cierto que la población interpretó aquel gesto de oposición a la guerra como una postura arrogante y soberbia, una manera de ser tan aleccionadora que ha terminado por espantar al público de las películas españolas? ¿O más bien es que el olfato de la actriz percibe ya un nuevo cambio político?
Opto por lo segundo. No hay más que contemplar cómo funciona la otra guerra, en Afganistán —una de las naciones más pobres del planeta— donde la OTAN asegura que las elecciones son fascinantes y que no se registra ningún problema a la hora de votar. El gobierno del presidente Karzai, auspiciado por los países occidentales, se ha atrevido a decretar un silencio informativo de tres días sobre los atentados que se registren con el «sano» propósito de no espantar a la gente de las urnas, ¿pero no está censurando a la prensa? Por supuesto que no, faltaría más. Lo que ocurre es que a veces no queda más remedio que seguir a pies juntillas el refranero, a grandes males grandes remedios. Nadie duda de la maldad de los islamistas, que se han convertido en el nuevo enemigo del modo de vida occidental, aunque los hayan armado a conciencia para combatir luego contra ellos. Da igual, esta batalla intelectual está perdida desde el derribo de las torres gemelas y sólo cabe que se haga mayor. Hasta el extremo de que ningún político de los que veranean plácidamente se le pasa por la cabeza decir que estamos en guerra. Y que encima se pierde.
Resulta evidente que el fin justifica los medios. ¿Recuerdan las revueltas de Irán por el pucherazo? ¿Porqué no se insiste en la tragedia de millones de esperanzados reformistas que utilizaron Twitter reclamando libertad de expresión? Tal vez la razón de este fundido informativo haya venido de la mano de Hilary Clinton, que en declaraciones a la CNN reconoció haber realizado injerencias desde el Departamento de Estado. Nunca la verdad es tan sencilla como nos la pintan. Está cargada de dobleces y sigue por el mismo camino de siempre con la misma obstinación. Ahora, con Obama en la Casa Blanca, resulta más difícil oponerse. La maquinaria funciona con suavidad y como no hay recambio sin dolor vamos sobre algodones. |