Una de las razones que empujó a las urnas a los más desencantados con el sistema estribaba precisamente en evitar a toda costa que el movimiento más arcaico consiguiera hacerse con las riendas del gobierno. Según se conocían los resultados, durante la noche del recuento electoral, tuvimos la impresión de que los conservadores del país se reproducían por generación espontánea. Resultó indignante comprender que, sin los votos críticos, los socialistas habrían sido descabalgados de la poltrona. Siempre pensé que era un barato que no se merecían, pero el bipartidismo de las televisiones lo redujo todo a elegir entre Guatemala y Guatepeor y apenas quince escaños separan ahora unos de otros. Una distancia tan exigua al principio no albergaba esperanzas de que la próxima legislatura fuese distinta de la precedente. Parecía imposible la regeneración. Imaginábamos que la brasa derechista caería a plomo sobre nuestras cabezas, corregida y aumentada los próximos cuatro años para disfrute y solaz de los más intransigentes. Pero cuando Rajoy salió al andamio de la calle Génova con ojos de pez y a punto de soltar un lagrimón, nos quedamos de piedra. ¿Qué estaba ocurriendo por debajo de la mesa? Lo más chocante es que desde ese momento los medios más tradicionalistas señalaron a su propio jefe como si fuera un tonto del haba. Al mismo sosainas que antes aplaudían se le tildó de patán, y durante la misma noche de la derrota comenzaron a empujarlo del sillón sin ningún disimulo, siendo los mismos mamelucos que le auparon al liderazgo aquellos que cuestionaban su autoridad. Y todavía están en el ajo. La progresía más mundana, mientras tanto, se lo pasa en grande asistiendo al despellejamiento de Rajoy en las ondas hetrzianas de la iglesia. La derecha monda y lironda clama desde El Mundo y desde la COPE por la llegada de doña Esperanza, la presidenta de la comunidad de Madrid, y no tragan con Soraya Sáenz —su nueva portavoz— a la que ven, en el mejor de los casos, como una desgarramantas. Piensan que para este viaje no se necesitaban semejantes alforjas. Y lo gordo es que tienen razón porque vivir en una algarada contínua, enervar los ánimos a fuerza de manifestarse bajo las sotanas, renegando incluso de lo que se hizo y de lo que se dijo cuando gobernaban, no puede conducir a recibir una colleja y ponerse otro disfraz. Cuando se ha utilizado toda la artillería en «derribar al enemigo de España», ¿cómo explicas a los amiguetes que la cagaste? ¿Cómo te lo montas para apaciguar los ánimos y rebajar la temperatura? ¿Cómo te quitas a las bestias pardas de encima y cómo colocas en su lugar a gentes más moderadas? Con mucha dificultad. El triste espectáculo que ofrecen da a entender hasta qué punto se pagan los errores. Y la importancia de rectificar mientras aún se está a tiempo. Les quedan cuatro años para corregir el rumbo y ofrecer una alternativa creíble. Pueden desaprovechar tranquilamente su oportunidad e incluso volver de nuevo a las andadas, es su problema. Resultaría inconcebible que su problema, una vez más, se convirtiese en síntoma de los más bajos instintos patrioteros y que la mentalidad más rancia soñara de nuevo con alcanzar el gobierno explotando sin rubor todo tipo de intolerancias. Acabarían entonces en la escisión. |