Se nos han echado encima los jolgorios olímpicos y Zaragoza sigue sin encontrar un sitio en el mapa mundi, ni siquiera en el de Bilbao. Las últimas estimaciones de los capataces de Fluvi —ese muñeco infeliz que a diario consigue que un ser humano, dentro de su estructura gomosa, pierda el sentido de la orientación y varios kilos de sales minerales— nos alertan que a mediados de septiembre no habrán pasado por los tornos de Ranillas ni cuatro milloncetes y medio de visitas, de entre las cuales apenas un 5% serán extranjeras. Cabe suponer que los residentes latinoamericanos de la ciudad se contabilizarán entre los mismos, así que el lucimiento turístico es un éxito total y la inversión una completa gozada.
No pongo en duda que había que apostar por quedarse con la Expo, pero el asunto estriba —como siempre— en si la gestión y correspondiente publicidad del eventazo han sido los correctos y adecuados. Dicen los enteradillos que Zaragoza ha salido en el New York Times y en el Washington Post, que son los periódicos importantes del imperio, y que nunca se ha metido tanta caña ni tantos kilazos en los medios para darle cuartelillo a una capital de provincia. No lo discuto, pero las cifras y las estadísticas, que tanto ponen a los técnicos, hablan por sí solas. Ya sé que en Spain resulta del género idiota pedir que algún responsable dé la cara por este fiasco, pero es lo que procede. Semejante derroche de dinero enterrado en un pelotazo pseudoecológico sólo está brillando en el patio peninsular. Y ya podemos darnos con un canto en los dientes porque la factura será de aupa. Para amotizarla, el alcalde pretende ahora que Expoagua ceda los terrenos para celebrar allí las fiestas del Pilar y a don Roque, el sherif del meandro, se le ha ido la chaveta del gusto. Mientras tanto tenemos el Ebro con todo el cauce removido, la grava patas arriba y los camiones en mitad del agua para que lo surquen cuatro barquitos electrosolares con menos fuerza que un pedo, así que les han calzado a última hora unos motores de gasoil, muy sostenibles también, y tira millas. También tenemos un aeropuerto moderno y súper guay, donde el Low Cost de Ryanair puede dejar clavados durante seis horas a los pasajeros que van a Londres. El retraso de ayer en el despegue no fue debido al incendio del pulmón de la ciudad, más allá de Zuera, donde un accidente automovilístico provocó un fuego horripilante que lleva devoradas más de dos mil hectáreas de pino piñonero, la causa fue simplemente un «problema técnico» de la compañía. El problema, por lo visto, se produjo en el aterrizaje, cuando el aparato se dio un piñazo contra un AVE. Una cosa es que las líneas aéreas compitan con los trenes de alta velocidad y otra muy distinta que se lancen al abordaje. Supongo que será una leyenda urbana, porque me parece lo suficientemente grave como para dar explicaciones del suceso. En esta tierra sin embargo difícilmente se asumen las propias atribuciones y a menudo se declina cualquier culpa, todo gravita en la prescripción legislativa y rara vez se imputan a los altos cargos la falta de garantías y solvencias. Parece fortuito que la fachada principal de la Estación de las Delicias, por ejemplo, siga inconclusa. O que los aledaños de la telecabina tengan el aspecto de un erial. Hasta nos parece lógico que los usuarios del Bajo Aragón sigan pillando el autobús en la calle Miguel Servet y no en la Intermodal, donde sube y se apea el resto de los mortales. Tampoco funciona el intercambiador de la plaza del Emperador, frente al Parque Grande, y nadie lo echa en falta. Será que estamos a punto de ser la tercera ciudad del Estado, como alardeaba el alcalde hace unos meses, y que del esfuerzo nos estamos herniando. |