Los serbios han encontrado a Karadzic, el criminal perseguido por el Tribunal de la Haya a causa del genocidio de Bosnia, y lo han puesto ha disposición de la justicia internacional. Nos imaginábamos a este sujeto viviendo a cuerpo de rey en cualquier cuartel, atrincherado con sus tropas leales y dedicado a temibles tejemanejes, en cambio el individuo se dedicaba a la medicina alternativa en una consulta de Belgrado. Pone los pelos de punta saber que un generalón de su linaje, que en un pasado nada lejano exterminaba a sus vecinos, termine convertido en un anciano de luengas barbas y recetando pócimas homeopáticas, hierbas del campo y mágicos elixires. Tal vez estuviera intentando paliar sus canicerías anteriores con una visión más exotérica del mundo pero lo más coherente es que viviese camuflado en un oficio de la economía sumergida con el propósito de resultar invisible a sus captores. El pasado de aterradores nazis se diluyó en Latinoamérica tras cruzar Europa con pasaporte del Vaticano y los servicios secretos del Moshad israelí siguen buscanco a entrañables viejecitos en los confines del planeta para que les llegue un ápice de la justicia que ellos mismos negaron a millares de judíos masacrados. Creía que Karadzic, como Mladic y tantos otros criminales de la salvaje guerra de los Balcanes, gozarían de un exilio primoroso en un oculto rincón tras pasar por el quirófano y cambiarse la jeta, pero la Historia es mucho más cutre que la realidad y por lo tanto más inquietante. La masificación de la humanidad tiene estas ventajas. Puedes enviar al matadero a cientos de personas y después esconderte entre otros cientos para que no te encuentren. ¿Dónde está Wally? Las películas de Emil Kusturica, con sus esperpentos y sus mostrencadas, son un ejemplo vivo de hasta qué extremo llega la picaresca en Serbia. Sólo unos agentes secretos emulsionados en la sociedad balcánica podrían imaginar que un tipo como Karadzic pudiese sobrevivir transformado en un chamán occidental. Ellos sabrán los soplos y el trajín que se han llevado para encontrarlo, pero el precio de entrar en el ilustre club de la Europa del euro ha conducido a los nuevos gobernantes de Belgrado a fijar la lupa en sus propios habitantes para distinguir una aguja en el pajar. ¿Qué estará haciendo Mladic ahora? ¿Tendrá una tasca, será vidente o vivirá del pastoreo? ¿Cómo se camufla un asesino de masas entre la sociedad civil? El aspecto de Karadzic me ha recordado al tirano de Irak, Sadam Hussein, al ser pillado in fraganti por los yalquis bajo la tapa del zulo donde se escondía. Es increíble las vueltas que da la noria de la vida para ciertos caudillos, despóticos y ricos tiranuelos, crueles y despiadados militares, vividores en sus taifas que acaban perdiéndose en la multiud u ocultándose bajo las alcantarillas. Congratula que tarde o temprano se les eche el guante y terminen en prisión, pero no dejan de ser los títeres de otros menganos difíciles de capturar y más anónimos, los que apadrinan sus desmanes y garantizan su impunidad. Uno de los guiñoles, por ejemplo Kurt Waldheim, llegó a presidente de las Naciones Unidas habiendo sido oficial de las SS hitlerianas. Hay quienes son proyectados hacia delante mientras otros se diluyen en la población para pasar desapercibidos. Los países en su conjunto heredan la mala fama de los crímenes cometidos por sus dirigentes y rectificar esta herencia les conduce a entonar el mea culpa internacional mientras entregan a los villanos. No siempre es así, ni siquiera en décadas. Para que se cometan barbaries hay que someter a una hipnosis colectiva a toda una nación y darle después la vuelta a tan enorme mentira es un asunto demasiado complejo como para llevarlo a la práctica en unos cuantos meses. Con frecuencia se necesitan décadas para crear un patriotismo diferente al anterior. No se trata tan sólo de apresar a entrañables abuelos de turbio pasado en manos de la justicia, sino que los estados agresores que utilizaron estos individuos en su propio beneficio deben aprender a mirarse de otra forma. Una parte de Serbia está preparada para comprender el horror, otra para sumirse en la vergüenza, pero aún queda una tercera, sumida en el rencor y la venganza, que se niega a reconocer la realidad, de modo que sigue condenada a repetirla. |