¡Esa puerta!
domingo 21 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Está levantando un auténtico escandalazo el reportaje —por llamarlo de algún modo— que en su portada, y a todas las columnas posibles, publica hoy el Herald de Mañolandia, también conocido como la hoja parroquial. Como cabía suponer, la gacetilla narra muy por encima el tierno asunto de los liberados sindicales. No hace seguimiento de los jetas, no regala fotos y apenas entra en detalles, sólo busca enervar los ánimos de sus lectores —faena fácil en la que el rotativo suele ser un experto— con menudencias y chascarrillos que no conducen a ninguna parte. O sea, «periodismo de investigación». El resultado, como era de esperar, hace que los currantes se indignen aún más con sus «líderes» sindicales y que los jefes de las empresas baturras saquen pecho y aten en corto a los del comité. En los talleres y las tienducas, suelen colaborar los sindicatos con la dirección de una manera tan mansa que de por sí resulta irritante, así que lo mismo les exigen ahora que echen horas como todo el mundo. Horas de las que no se cobran, por supuesto, aunque las empleen pasando la mopa.
    Nadie duda de que en las instituciones se corta el paño con alegría. Los que mandan allí se jactan de ganar las elecciones comprándose trajes a tutiplén, y si les enchironan —por especular a manos llenas— lo celebran después tan rícamente regresando a su poltrona del ayuntamiento para rematar la faena. Les da igual que les pinchen el teléfono o que les quemen el disco duro, siempre les quedará un chalecito en la Florida.
    Con estos ejemplos, ocuparse de los liberados sindicales y hacerlos entrar en razón, es lo mismo que intentar ahorrarse el chocolate del loro. Quién más, quién menos, conoce algún mastuerzo que le echa a la vida un morro de espanto. Con la excusa de ir a por el convenio, preparar una asamblea o enviar cientos de comunicaciones a los afiliados, te los encuentras luego haciendo la compra o sujetando la barra en el bar de la esquina. Hay fulanos que por mucho menos se suben por las paredes, de modo que resulta sencillo provocar el enojo. Lo que se echa en falta son las pruebas, la denuncia pura y dura, esa instantánea sublime que pilla in fraganti al caradura. En un país donde existen más teléfonos móviles que personas, pasamos el rato enviándonos por correo todo un género de elaboradas presentaciones de diapositivas, pero rara vez empleamos el ocio en dar jaque a los desgarramantas. A estos lamentables asuntos dedican su tiempo los investigadores privados y si lo hacen es porque cobran. Los tribuletes del Herald bastante tienen con llegar a fin de mes.

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