Escalera de color
martes 14 de junio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

   Suelo echar un vistazo a la Bolsa de vez en cuando y sigo a ciertos brokers para hacerme una idea de lo que se cocina en el lado oscuro de la fuerza. Me refiero a la zona libre de impuestos, la que hunde el planeta robando a manos llenas y sin aflojarse siquiera el nudo de la corbata. La verdad es que sobran ladrones y los hay de todos los tamaños. A menudo nos quedamos con cuatro o cinco jetas, las de los archiconocidos banqueros, pero en este tablero de enjuagues hay piezas pequeñas y viven tan socarradas que antes de pillar la piltra necesitan soltar adrenalina. Para evitar el infarto, tal y como su terapeuta les aconseja, juegan al pádel a media mañana y al caer la noche, amparándose en el anonimato, escriben sus impresiones en un blog financiero. Debido a la pasta que mueven, los chismes que propagan son a menudo tendenciosos pero otros resultan tan obvios que producen escalofríos.

   Uno de ellos, el más reciente, se refiere al monto de la deuda real de los Estados Unidos, que ascendería a cien billones de dólares, según Bill Gross, gestor de la Pacific Investement. Esta corporación lo sabe de buena tinta, al fin y al cabo es una de las mayores compradoras y vendedoras de la deuda del mundo entero. Buena parte de su negocio estriba en sacar tajada con los intereses, por eso han comenzado ha quitarse de encima los títulos norteamericanos, que a su juicio valen menos que los griegos. Los inversores chinos, de hecho, han inundado el mercado y no saben cómo deshacerse de ellos. El dolar se ha ido depreciando un 12,5% desde 2009 y la deuda pública oficial, la que emite
el gobierno en bonos del tesoro, ya es superior a los 14 billones, cifra que está a punto de rozar su techo legal. Las agencias de «rating» —la chusma guapa que pone nota a países enteros, léase Standard & Poor's, Fitch, Moodys y demás impresentables— aconsejan que suban el límite de su deuda encarecidamente, porque si no se verán obligados a catearles. Y la verdad es que no les apetece. Ya les dieron un toque hace unas semanas quitándoles una letra, circunstancia que causó estupor en el mundo financiero, y de un sobresaliente ficticio pasaron a un notable jocoso. Ahora recibirían un bien alto, parecido a un 6,5 sobre diez, una calificación que tampoco se la cree nadie. El resto de la deuda, hasta sumar los fabulosos cien billones, la aportan empresas y particulares, las coberturas médicas, las jubilaciones y los seguros, pero ninguna agencia es capaz de calcularla con un mínimo de precisión: crece constantemente.

  La Reserva Federal no promueve soluciones fiables, se limita a darle a la manivela de imprimir billetes y se muestra contenta, porque su inflación la estamos pagando el resto del mundo. Se habla ya de trillones de dólares circulando como si fueran churros, no caben los ceros en esta línea para hacernos una idea de la magnitud de la cifra, ¿y en qué se emplea semejante pastón? Literalmente en que la Bolsa funcione. Los brokers se quejan de las escasas posibilidades que tienen de hacer negocio en un mercado de acciones que está intervenido informáticamente para que no se derrumbe. El inversor privado, frente a la maquinaria de las multinacionales, no puede competir en Bolsa. Han creado un software implacable, un automatismo que genera alzas artificiales de manera matemática, y sólo quien tenga acceso previo a los cambios que vayan a producirse en el mercado de valores puede apostar con un margen de éxito. La especulación es fabulosa y sin embargo, cuando acaba la jornada, apenas existen fluctuaciones.

  De la burbuja inmobiliaria hemos pasado a la deuda soberana y cuando este negocio naufrague estallará la bursátil. Hoy por hoy sólo tiene interés la especulación con la deuda europea, es la única manera de obtener cierto margen de beneficios. Y no ya de los griegos, que están al borde del crack, sino de sus socios franceses y alemanes. En la última conferencia de los Bildelberg en Saint Moritz, fuentes confidenciales declararon que la deuda griega, por grande que fuese, no se perdonaría nunca. Llegados al extremo de una revolución social, Grecia saldría del euro. Pero si pueden evitarlo, miel sobre hojuelas. Antes de llegar a la quiebra prefieren trocear la deuda en pequeños paquetes, ampliar el plazo del pago de intereses e incluso revenderla bajo el aval de la deuda francesa. Y las agencias de «rating» lo saben y lo fomentan.

  Standard & Poors, Fitch y Moodys no se dedican exclusivamente a calificar deudas de países o empresas privadas, son auténticos holdings multinacionales. Bajan la calificación de la deuda de un país según sus propios intereses y por medio de sus filiales —como el Banco Lazard, la entidad que fichó a Rodrigo Rato cuando se fue del Fondo Monetario— compran los bonos a un precio menor, cobrando después por ellos mayores intereses. Presionar a los gobiernos para que sus economías sean rescatadas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Banco Central Europeo, no supone otra cosa que garantizarse el cobro de una deuda con el interés más alto posible.

  El negocio es sangrante de por sí, pero alcanza cotas de escándalo cuando se descubre hasta donde llega la estafa. A veces es más facil seguir el movimiento de las personas que el rastro del dinero. Si seguimos a Rodrigo Rato, por ejemplo, descubrimos que ahora es el jefe de Bankia (la antigua Caja Madrid). Detrás de Bankia anda el grupo Black-Rock, uno de los mayores accionistas de la agencia Moodys. A Moddys le interesa que España rescate a sus bancos y que para conseguirlo emita letras del tesoro. La agencia comprará deuda, bajará la calificación y ganará mayores intereses, así cierran el círculo y de propina se quedan con Bankia por un baratillo. Es un breve resumen, pero todavía es más retorcido de lo que parece...
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