Ni Sevilla en sus mejores años imaginó el esperpento de embarcarse en otra aventura. Aquí, sin embargo, se ha convertido en la llave que abre todas las puertas. La broma se llamará finalmente Expo Paisajes y tenemos todos los boletos para que nos caiga en el sorteo porque no se presenta ni Blas, de modo que se da por hecho. Sin champán ni celebraciones, a palo seco. Lo más triste de la nominación es que no hubo riña ni traba alguna en los Emiratos, hasta donde fue el marido de la pianista con su esposa, convenientemente disfrazada con un trapo negro de mucha categoría.
Su señora se cubrió de los pies a la cabeza, como dicta la tradición en aquellas tierras, para no distraer con sus encantos la cordura de los jeques. Tal y como le pega el sol en Dubai, si hubiera tenido yo que embutirme igual que una morcilla de Soria, me habría asegurado antes de si merecía la pena el esfuerzo porque, visto el orden de los acontecimientos, está claro que les estaban esperando con el marrón entre las manos. Menudo chasco y cuánta energía malgastada. La Soriano habría roto moldes calzándose una minifalda y el alcade mismo, sin frenos ni encomiendas, podría haberles vendido Expo Humo. O Expo Peste.
Con su penetrante aroma a sobaco y garbanzo quemado, la papelera por ejemplo se vería legitimada para atufar a su antojo la ciudad entera. Se ha perdido la ocasión de justificar esta hazaña olfativa mediante una exposición internacional patrocinada por los productores de colonias. Igual que se ha venido abajo la oportunidad de montar la Copa América en versión fluvial, lo que permitiría no sólo dragar el Ebro sino crearle un bonito cauce de cemento a su paso por Zaragoza, de esta manera se terminaría para siempre con los problemillas que causa la erosión y se amortizaría antes el millón de euros que hay que pagar, en concepto de indemnización, a esa contrata de barquichuelas que rara vez navega por el Ebro. Reconozco que la propuesta olímpica del alcalde, a propósito de estirar la cordillera pirenaica desde Andorra y Cerler hasta las orillas del Pabellón Puente, estuvo tan lograda que sonó a chiste, de ahí que fuese perdiendo fuelle. Comprendo también que, a falta de algo mejor que llevarse a la urna, se haya propuesto terminar con la poca huerta que sobrevive en el otro meandro del río, entre el Gállego y la estratosfera del barrio de Las Fuentes. Es un lugar tan espléndido como cualquiera, donde se pueden organizar interminables colas de cinco horas, bajo el ánimo simple de ver el jardín de Alemania, o irse del bolo con una proyección en cinco dimensiones sobre los oasis de Kuwait. Me temo lo peor, aunque todavía es demasiado pronto para hacer conjeturas.
No sería de extrañar que una exposición sobre la huerta acabe llenando nuestros graneros de semillas transgénicas, así que habrá que estar al loro no sólo de los loros del parque, a los que sin duda les llamará el apetito este nicho ecológico, sino también de otro tipo de fauna mucho más carroñera. Cuando no se dispone de un céntimo en las arcas públicas para este tipo de eventos conviene medir con cuidado a los socios del viaje. Si la Expo 2008, en cuanto a la asistencia del público local, resultó un éxito, cabe decir lo contrario sobre el desarrollo sostenible de la muestra que, salvo contadas excepciones, fue un fiasco evidente. Al heredar el mismo consorcio, para dirigir una exposición tan distinta, de alguna forma se premia la gestión anterior e incluso se anima a los directivos para que continúen explorando en la misma brecha. Acaso han encontrado una mina a cielo abierto. Un filón. Como no hay dos sin tres, basta que vuelva a funcionar el jolgorio entre los vecinos, que son los que votan, para que el mecanismo de la expo sea una herramienta eficaz. El futuro de esta ciudad estaría entonces sembrado de exposiciónes y de muestras hasta el fin de los tiempos, con lo que cansa y lo que aturde ejercer de anfitrión. La que está a punto de caernos encima durará tres meses más, así que la siguiente lo mismo empalma el año entero, agravante que situaría al alcalde en una posición tan idílica como el maná de los creyentes. Embarcándose en las grandes tareas que favorecen a la comunidad, se apela a la cordura y la sensatez para evitar la crítica, amortizando hasta el precio del éxito en la difícil materia de la publicidad política. Otra cosa es que cuatro listos se hagan de oro y nos pidan a los demás que vayamos tocando la pandereta. |