Según la revista Pediatrics, es suficiente con dejar a los churumbeles viendo a Bob Esponja en la tele durante nueve minutos para que pierdan completamente la atención sobre lo que ocurre fuera de dicho contexto. Desconozco si se quedan en blanco para siempre o el efecto se mantiene durante la proyección del episodio, pero me parece un exceso. Si los adultos, mientras retransmiten un partido de fútbol, entran en barrena de manera instantánea, ¿por qué tardan tanto las criaturas? ¿Es un fórmula de enganche comercial? ¿Les endosan muchos anuncios? Si los profesionales del ramo hacen como que se suben por las paredes al conocer que los telediarios de las cadenas públicas estatales aún gozan de cierta libertad informativa —como si fuera posible contar lo que pasa en la actualidad—, produce escalofríos imaginar la manipulación que rodea a los niños cuando se sientan a ver los dibujos animados.
Habrán comprendido ya que, según las últimas encuestas, las elecciones de noviembre las ganará el señor de las barbas. Se da por hecho desde que ZP se bajó las calzas en público y comenzó a recortar el desempleo, el jornal de los funcionarios y todo lo que le dictó esa entelequia que denominan «los mercados». El electorado, en vez de mandar a hacer puñetas a los partidos mayoritarios, porque son la misma mierda, están decididos a seguir en lo mismo dándole otra oportunidad al oponente, aunque sea de pacotilla, así que nos aguardan padecimientos corregidos y aumentados, porque gozarán de mayoría absoluta. Desconozco si es adictivo o fruto de la publicidad, pero lo que sufre este país con el tándem PP/PSOE cada día que pasa se parece más al síndrome de atención de los nenes cuando ven un capítulo de Bob Esponja. Nos cuesta nueve minutos entrar en el argumento, pero una vez dentro nos lo tragamos hasta la médula.
Es absurdo que nos pongamos de acuerdo en calificar como demente el diseño de un traje confeccionado con tres mil pezones de yak y a la hora de elegir un gobierno seamos incapaces de guardar la misma sensatez. En el colmo de la hipocresía hemos tenido la dicha de oír al caudillo católico explicando que su iglesia necesita purificarse, renunciar a su poder y entregar sus riquezas terrenales, pero nadie ha visto que el jefe se calzara unas sandalias y una boina, abriera después las puertas de la Capilla Sixtina y la banca vaticana, y arrojase billetes de quinientos euros sobre las cabezas de los asistentes. Por sus actos los conoceréis, ¿recuerdan?
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