Filibusteros
martes 22 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Triste prueba de fuego. En el despacho de la ministra —la primera con mando en el ejército de este país tan diverso— descansan los planos del Océano Índico y la posición exacta de unos viejos enemigos: los piratas. Los piratas de ahora no se parecen en nada a los que describía Salgari en sus novelas del Corsario Negro. El cuerno de África no es el Caribe, ni siquiera Perejil. Lo que antes llamaban Somalia ahora está descompuesta en cinco o seis países sin reconocer, que para colmo se apalean entre ellos. Los que pueden arrimar el hombro sin exigir contrapartidas se cuentan con una mano. Y sobran dedos. A una batalla tan lejana envía la ministra la «Méndez Núñez», que es una fragata con cañones a proa y doblones en la bodega, por ver qué conviene utilizar. Ya se baraja un puerto franco donde realizar el trueque —Ceel Gaan— al que sólo puede accederse por vía marítima. También se habló de Obbia, donde suelen atracar los atuneros vascos y gallegos, los congeladores que de vez en cuando tropiezan con los señores de la guerra en alta mar. El encuentro no ha pasado del susto hasta ahora, que han secuestrado al «Playa de Bakio» con sus veintiseis tripulantes abordo. Los piratas que han dado el palo al atunero están bajo el mando de los gerifaltes de Puntlandia, que mantienen el buque frente a las costas de otro caudillo, el de Galmudug. Así que habrá que untarlos a los dos o terminar en una carnicería. Tras su victoria ante los americanos, allá en el esfínter del mundo, las tribus somalíes campan a su antojo. Somalia es un precipicio de hambre bien surtido de matones, donde crece el hampa igual que los matojos en el desierto. Con tantas leyes y estados, no hay otra forma de sobrevivir allí que convertirse en mercenario barato de los cuatro desgarramantas que atizan el esparto en semejante secarral: los capos de Puntlandia, Somalilandia, Galmudug y Maakhir. El resto del país se encuentra en guerra contra Etiopía y la Unión de las Cortes Islámicas. Las autoridades francesas, que suelen proteger a su flota pesquera en la zona, suelen tener malas experiencias con los mandamases del cotarro. Cuando logran apresarles un navío aflojan la mosca, pero según las malas lenguas realizan después auténticas escabechinas tierra adentro. Una vez que pagan les siguen el rastro y no dejan piedra sobre piedra. Esta saña, tan europea y colonial, es horrorosa a los ojos del mundo. Primero, porque esta gente a la que nos referimos como piratas, van de «uniforme puntlandio». A nosotros, los puntlandios nos suenan a chirigota pero ellos juegan a ser el pseudoejército de un pseudopaís y como tal defiende sus intereses a doscientas millas. Incluso más, quién sabe. Y segundo, porque los que realmente pintan poco tan lejos son los europeos y sus grandes barcos que expolian los mares en «aguas internacionales». Nadie lo duda, ¿verdad? Es raro que este país tan diverso se resista a reconocer la diversidad ajena. Tan raro como que no defienda sus propios intereses, como a menudo piden los vascos, patrullando unas aguas tan poco hospitalarias. Será porque somos una potencia mundial en materia pesquera y lo cortés no quita lo valiente. ¿O será que nos avergüenza?

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