Gastar el nombre
viernes 31 de julio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    La gente se ha creído hasta la médula que el aleteo de una mariposa en los Pirineos puede desencadenar un tifón en Valencia. Y es verdad, pero depende. La física cuántica lo mismo sirve para gestar divinos entusiastas que agnósticos de cualquier creencia, todo es cuestión de la utilidad y de la manipulación de los axiomas. Los auténticos científicos son conscientes de su incapacidad para determinar ciertos asuntos. No quieren pillarse los dedos y, a la hora de pronunciarse, su lentitud nos exaspera. Hemos visto tantas cosas por la televisión, que la ciudadanía está ansiosa por ver el fin del mundo en vivo y en directo. Lo han anunciado tantas veces que es comprensible incluso que defraude la tardanza. En Suiza resuelven el kit-kat dándole cuartelillo al turismo suicida. La peña acude a Nueva Zelanda para lanzarse desde un rascacielos colgada por los pies a una cuerda y nosotros preocupándonos aquí porque el turismo y el terrorismo no hacen buenas migas. ¿Acaso no somos capaces de ponernos ciegos de vino y corretear después por un empedrado huyendo de una docena de toros de lidia? Si hemos convertido esta locura en un acontecimiento internacional, ¿de dónde nos llueven ahora las malas vibraciones? ¿No es peor lo que se vive en Sicilia?
    La balanza de pagos es tan imprevisible como el mercado de futuros, nunca se sabe por dónde sonará la flauta. En la colmena de la humanidad es tan vital la información que se transforma a medida que se arroja luz sobre ella. Fíjense si no en los americanos, que eligieron a una abeja reina tan colorista que el planeta entero se rindió a su pies. Nos cuentan ahora que Obama, la estrella fulgurante, para arreglar el racismo propone ir al bar y compartir unas cervezas. Ni un anuncio de la Ámbar lo hubiera expresado mejor. No hay nada como pillar un buen pedo para olvidarse de los problemas, sobre todo de los que no tienen solución. Aunque seas la abeja reina de la colmena y tengas todos los medios a tu disposición, es mejor recular a tiempo que provocar un tumulto en los suburbios. En cierto asunto, como el que compromete a un policía blanco y chulo con un catedrático negro y despistado, es mejor hacerse el loco. Si el catedrático se olvida las llaves dentro de su casa y acaba forzando su domicilio para recuperarlas, lo lógico en Estados Unidos es que venga la policía y le coloque unas esposas a la espalda, ¿no? Se trata sin duda de un malen-tendido que podría resolverse echando unas copas, porque ir hurgando en la herida igual gangrena a la sociedad entera y llega de veras el fin del mundo. O el de Los Ángeles y Nueva York que, para la CNN, es sinónimo de apocalipsis suburbano y racial.
    El auténtico fin del globo, para las sectas, llegará en cambio dentro de tres años, que es el tiempo que se tarda en convertir a un tipo cuerdo en un paranóico y dejarle sin blanca. Las farmacéuticas, en pleno remake de los timos piramidales, no quieren dejarse comer el terreno y se han puesto las pilas. Ya no saben cómo animar las ventas de su vacuna contra la gripe A y sutilmente entran en detalles sobre si las gestantes, una vez nazca la criatura, deberían o no darle el pecho. Los fundamentalistas ganan por goleada pero el Estado teme que se disparen los abortos. Recuerdan la existencia de los biberones al mismo tiempo que avisan ya de que no habrá vacunas para todos. A mayor alarma social mayor fabricación, y la industria se queja porque no da abasto.
    ¿Cundirá el pánico o será un bluf? Quién sabe, la vida se ha puesto tan interesante que nadie quiere perdérsela. Meterle la jeringuilla a todo occidente supone tan hermosa inyección de capital que incluso duele colocar el dinero encima de la mesa. Por eso corre el rumor de que la nueva gripe empieza con unas cagaleras y desemboca en neumonía. A medida que se aproxime el invierno es muy posible también que echemos sangre por los ojos hasta que parezca el ébola, el único inconveniente para el triunfo de la gripe es que le gasten el nombre.
    La medida entre lo verídico y lo que nos suena falso está en la repetición. La publicidad no ha encontrado otra forma de hacernos llegar el mensaje y es un problema, porque se corre el riesgo de morir de éxito lo mismo que de una enfermedad contagiosa. Dicta la cordura que si algo resulta en extremo cargante conviene ir aparcando su cacareo, so pena de convertir cualquier producto —desde un político a una información pasando por un detergente— en un chiste simplón, una película aburrida o en una leyenda urbana. Gastarle el nombre a lo que sea es tan fácil como peligroso, sólo depende de lo que se quiera conseguir. Hay corporaciones que gastan millones en campañas de opinión y que no están dispuestas a bajarse de la burra. Una vez disparado el efecto de la propaganda, basta el sencillo aleteo de una mariposa para que se derrame un ciclón. Sólo queda por saber quién pone la pasta.

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