Han llegado las telecabinas desde Italia y en lo que queda de semana comenzarán a colgarlas del cielo como si fueran adoquines del Pilar. Cuentan que las gentes del Nepal vienen en barco aunque muy aprisa a montar su pabellón en la Expo, de modo que a la empresa que tiene que promocionar esta ciudad en todo el mundo le han cambiado el nombre a marchas fozadas. Ahora la llaman Zaragoza Global, que suena a zepelín y nos pega mucho. Le han inyectado casi un millón de euros entre el ayuntamiento, la cámara de comercio y el gobierno de Aragón, para ver si consigue vender la Expo más allá de la estación de Miraflores. Aunque lo dudo. En un intento enloquecido por romper fronteras hacia el Este, los políticos acaban de nombrar a un licenciado en altas finanzas económicas por la universidad de Beirut como jefe de la Zaragoza Global. Beirut es un buen símil. Allí es donde piensan clavar el nuevo estadio dedicado al balompié, para meter presión a los futbolistas. No en el Líbano, sino a las afueras del barrio de san José, cerca de las vías del tren y para que vayan haciéndose una idea de dónde tienen la puerta.
A medida que se acerca el estreno de la Expo, el chorreo de millones resulta escalofriante. No sé de dónde sale semejante pastizal. La concesionaria agraciada con los dos últimos kilazos fue precisamente la que nunca termina las obras de superficie del aparcamiento de la Romareda. Le soltaron un par como indemnización, para ver si de paso terminan de una cochina vez de soterrar el dormitorio de automóviles y sueltan un centímetro de cloro en las piscinillas que han montado frente al Auditorio. Los que acudan a escuchar a los músicos de Chequia en pleno agosto también tienen derecho a mojarse las pezuñas antes de oír la Sinfonía del Nuevo Mundo, ¿no creen? Porque llevar la segunda división de la pelotita de cuero hasta Miraflores, y con ella a todos sus aficionados, a los que nos gusta el bádminton o el tenis de mesa nos está costando una riñonada en daños y perjuicios. Un chorrete de agua en semejante solar es lo mínimo que se puede pedir. Sobre todo cuando regalamos a escote dieciocho mil metros cuadrados del plan general de ordenación urbana a una sociedad deportiva de incompetentes.
Globalizar Zaragoza no significa llenarla de globos. Nadie sabe porqué la construcción del ramal que enlaza el cuarto cinturón con el tercero, para llegar hasta Ikea y Puerto Venecia, terminó costando el globo de doce millones de euros en lugar de tres. El cuádruple exactamente de lo que se presupuestó. El asfalto está por las nubes y se refleja en los precios de los tornillos Stolen, las tablas Burnen y las tuercas Chimpunen. Ahora que la Zaragoza global tiene las uvepeós repletas de muebles suecos que se descuajeringan poquito a poco nos van a salir más caros los estantes que pasear en góndola bajo los pinares. Si es que todavía quedan pinos cuando se abra el acceso y si es verdad que han montado allá arriba un puerto o una laguna artificial, que está por ver. Hasta ahora, lo más global de la Zaragoza moderna es el juicio que se celebra hoy contra un puñado de universitarios. El año pasado, durante la Feria de Empleo que organiza la Universidad, protestaron contra la presencia de varias empresas cuyo negocio estriba en fabricar y vender armas. Y eso, por lo visto, debe ser un pecado muy gordo contra la globalización. A los pobres hay que venderles pistolas para que dejen de sufrir, es lo correcto. Tan correcto como llenar de buses ecológicos la ciudad para que los conductores de TUZSA no se mosqueen. Con la huelga de funerarias y de semaforistas tenemos bastante. |