Los mandamases del planeta, o sea, los jefes de estado de los ocho países más ricos del globo, se reúnen estos días en la ciudad japonesa de Toyako para ver cómo nos dan guirlache en mitad de la crisis económica. Además de la anfitriona, en las agendas estadounidense, alemana, británica, canadiense, francesa, rusa e italiana, se presta especial importancia a la ecología de la cumbre. Se cuidan todos los detalles para que los ciudadanos del mundo observen lo finolis que se están volviendo los jefes y la conciencia con que manejan los más serios asuntos del desarrollo sostenible. Las apariencias son muy importantes. Siempre lo han sido, pero ahora mucho más porque la realidad se toma a chirigota, de modo que los gestos pasan a un primer plano en los telediarios. Se hace constar que todo lo que se metan entre pecho y espalda las delegaciones del G-8 se basa estrictamente en criterios de bajo consumo y absoluto reciclaje, nada se deja al buen tuntún. Los japoneses, cuando se ponen, guardan un celo agobiante y parecen interesados en dar un salto cualitativo al tratado de Kyoto para fomentar un nuevo pacto entre los grandes. Está en juego su credibilidad y necesitan recuperar prestigio, así que se han fundido un pastón en markéting y publicidad. Incluso se han traído a los mexicanos, sudafricanos, hindúes, chinos y brasileños al país del sol naciente para que diriman sus diferencias y planteen a los ricos sus propuestas económicas, no en vano las naciones emergentes están mordiéndoles los tobillos y resulta conveniente ajustar las clavijas del sistema global para que no chirríe y se desmonte con mucho estruendo. Se ha demostrado que en los países productores de petróleo, salvo en Noruega y Canadá, los ciudadanos son mucho más pobres que hace tres décadas y que el denominado oro negro sólo ha servido a las grandes fortunas y a las dictaduras, que con frecuencia son representadas por los mismos sujetos. Que el barril de crudo, cada día que pasa, esté más caro sólo favorece a un puñado de sinvergüenzas, cuyos intereses defienden a pies juntillas los que hoy se sientan a la mesa redonda de Japón. Ellos, como ninguna otra persona sobre la faz de la Tierra, saben distinguir perfectamente entre productores y distribuidores; conocen a la Shell, la Texaco, la BP y Repsol, simplemente organizan el juego para que que los accionistas cobren dividendos sin mancharse las manos de sangre. Es ahora, sin ir más lejos, cuando en Irak se sortean los pozos petrolíferos entre las grandes perforadoras. Es ahora cuando el beneficio directo de una guerra obtiene sus plusvalías, así que interesa que el dólar continúe bajando y que la gasolina esté por las nubes. A cerrar acuerdos en este sentido se dedicarán los jefes, pues no son otra cosa que los mayordomos de lujo de las multinacionales y en primera instancia a ellos se deben. Lo demás es parafernalia, fuegos artificiales y publicidad. Una buena publicidad obra milagros en los días que corren y anestesia a la población. En el trigésimo séptimo congreso socialista,por ejemplo, al que los más progres denominaban «el fin de semana en la izquierda», el guirlache del markéting también ha funcionado como un reloj. Las viejas demandas de los electores más concienciados, como el aborto libre y gratuito, la eutanasia, el voto de los inmigrantes y la laicidad, se pasaron por el túrmix del partido hasta reducirlos en un sabroso praliné de buenas intenciones. Cada reivindicación se utilizará en su justa medida y según la coyuntura política. El apoderamiento de las demandas sociales, el centrifugado de las ideologías y la domesticación de los rebeldes, toma cuerpo en un conjunto de buenas intenciones expresada por la dirección. A cambio, el presidente del Gobierno exige al país que crea en sí mismo para superar la crisis. No habla exactamente de crisis, sino más bien de «serias dificultades económicas». El secuestro del tradicional ideario progresista, dosificado, encapsulado y esponsorizado por el PSOE, busca tras el congreso que los votantes a su izquierda le rindan lealtad y pleitesía en sucesivos comicios. No sólo marcan el ritmo y las pausas, sino que se convierten en la única garantía de cambio. Con un cheque en blanco de semejantes proporciones amplían su radio de maniobra y perfeccionan su maquinaria de control. El resto es simplemente un espot. Un anuncio que lo mismo sirve para abrir la veda a los trasvases que para recortar los derechos ciudadanos. Ayer mismo, en las orillas del Ebro, el Foro Mundial de las Luchas del Agua (el Of-Expo) intentó manifestarse en la playa del Helios para exigir el cumplimiento de las directivas del Agua en la Unión Europea y la policía impidió a los presentes remojarse los pies. Es un ejemplo de la sensibilidad y el doble rasero con que el Gobierno mide a los ciudadanos afines y a los más díscolos. |