Haciendo la maleta
jueves 22 de octubre de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Descongestiona, desembota la mollera saber que te vas durante un mes y medio a las Antípodas. Llevo más de una semana sin encontrar un rato para asomarme a estas páginas, sumido como estoy en un montón de preparativos, en su mayor parte de orden tecnológico. Dicen los científicos aragoneses que estamos al borde del precipicio en la cruda materia de la investigación y el desarrollo, que no se invierte un colín en época de crisis y que después, cuando amaine el temporal económico y recuperemos el resuello —si algo así ocurre algún día— lo pagaremos caro. Es una forma como otra cualquier de afirmar que no tenemos arreglo y que fuera del vasto panorama del cemento apenas somos capaces de elaborar nuevas salidas económicas. Los que manejan la pasta se limitan a esperar o invierten en el extranjero y las promesas del futuro, ante la ausencia de expectativas y alicientes, hacen el petate y se largan. Es una vieja historia que se repite de forma cíclica. Los jefes no aprenden. Ni quieren.
    Hace varios años que vengo empapándome de tecnologías informáticas confiando en un porvenir más halagüeño, pero estamos en mantillas por estos lares y los conocimientos de los jóvenes superan las posibilidades del mercado. Internet sigue siendo un entretenimiento y en el mejor de los casos ejerce como enciclopedia universal. Está dejando de ser un campo virtual para comérselo todo, así que conviene estar al día. La edad tampoco es excusa, al contrario, tendría que ser un incentivo. Estoy entrando en esa franja temporal donde si te levantas de la cama y no te duele nada es que estás muerto, de modo que ejercitar la neurona —incluso cuando estás en tránsito— es la única forma de no perder facultades y te devore la herrumbre. Hay que seguir escribiendo.
    Si nada se tuerce, seguiré publicando desde el otro lado del globo una crónica diaria de mis andanzas por las Antípodas. Esta columna, donde ahora me leen, la ocupará en mi ausencia Patricia Mateo, a la que deseo suerte con la cara oculta de internet, que son las páginas FTP y sus extraños fantasmas. La conocí en Cuarte, durante la batalla de absorber conocimientos y emplear singulares herramientas —el efecto lupa o el lazo magnético nos regalaron episodios formidables—, gracias a un sujeto que impartía la materia con una indolencia digna de cualquier sacristía. Es lo que hay. Con el paso del tiempo fui descubriendo en Patrticia su práctica como lingüista y sus escritos desde entonces me hicieron pasar momentos tan agradables que, cuando le propuse esta colaboración, la noté perpleja. Pocas personas, sin embargo, conocen como ella este cuaderno y según vaya acomodándose entre sus páginas no cabe duda que disfrutaremos con su manera descriptiva de entender el mundo. Y ahora, si me permiten, tengo que hacer el equipaje.

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