A estas alturas ya nos hemos dado cuenta de que la Expo emborrona todo lo que ocurre en la ciudad. No porque sea maravillosa, sino porque no se habla de otra cosa. ¿Has sobrevivido a la Expo?, le pregunta una vecina a otra desde el patio. La Expo es un no parar de sudar, se adelgaza y se acangreja uno al mismo tiempo, ve a los reyes desde una cornisa, a los príncipes de Holanda desde un balcón o al de Mónaco subidos a una farola. Toda la «yet-set» del planeta está obligada a fichar en Zaragoza, al menos para echar una rúbrica en el libro de su pabellón y después tomar las de Villadiego. Ayer, de madrugada, cayó un chaparrón y se pudo respirar por la noche, lo justo para coger el sueño y pensar un poquito en lo que está ocurriendo.
 El índice de precios sigue su escalada, el paro se amplía progresivamente y los morosos, por causa del impago de las hipotecas, se triplicarán durante este año. La gente no se va de vacaciones porque tiene la tarjeta de crédito en números rojos y los socialistas votan en Madrid en contra de la apertura del Canfranc, que es ya para mearse y no echar gota. Estamos sufriendo un extraño «remake» de la época de Felipe González . Apenas nos llega la camisa al cuello y acudimos a la Expo para ver a los señoritos campando a sus anchas, sin pasar por las kilométricas filas ni pagar entrada. A esto lo llaman democracia, desarrollo y sostenibilidad. El «glamour» del papel couché se extiende como un reguero de aceite entre los que no pueden costearse su propia vivienda. A medida que la población pierde poder adquisitivo y se queda sin empleo, tarda poco en comprender que si no tiene una nómina jamás cobrará los cuatrocientos euros que prometió Zapatero. El presidente de gobierno se está convirtiendo en un señorito. No pasará a la Historia como quien se llevó por delante la desgravación por alquileres en plena crisis hipotecaria, pero está creando una zanja difícil de llenar en las estructuras de la clase media. Alguien tendría que decirle que cuatro años no son nada y que si no se pone las pilas perderá las próximas elecciones. No se puede votar en Europa a favor de las 60 horas semanales de trabajo y dárselas después de progresista, a su izquierda existe un mundo que no está dispuesto a hacer el ridículo de nuevo y si no se le contenta pasará de él tan ricamente. La única solución para el PSOE en la siguiente cita electoral es que los conservadores se dividan generando un partido faccioso al margen del PP. Si no ocurre algo semejante, la situación económica y el desengaño del voto útil los llevará a la oposición. Hasta el 2012 queda un mundo, desde luego. Es muy fácil hacer conjeturas a largo plazo, lo reconozco, pero se palpa en la población cierto hastío ante las palabras huecas y las puñaladas políticas por la espalda. El fútbol y la Expo sirven hoy de anestésico, después llegarán las olimpiadas, pero estas distracciones se terminan tarde o temprano y en el primer plano de la realidad encontraremos una situación insostenible. Está muy bien que los suizos nos regalen un reloj para colgarlo en la Estación de Cercanías del Portillo, que aún está sin acabar, porque la Confederación Helvética es muy detallista y le gusta dejar huella por donde pasa. Es fantástico que podamos ver unas cuantas traineras por el Ebro y que venga el doctor Spock al Auditorio para oír a Ainhoa Arteta, sobre todo ahora que se ha descubierto que el euskera es un idioma tan viejo que podría ser un vestigio del que empleaban los cromañones. La Expo, para bien y para mal, resulta hipnótica para el populacho, entre los cuales me reconozco. Su parque temático no dice nada que no sepamos sobre las desgracias que nos depara el futuro, sin embargo es un síntoma absurdo de la enfermedad que nos aqueja. |