Incursión
sabado 1 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Seguramente querríamos que las leyes estuvieran a la altura de la modernidad, que respondieran a las exigencias de las personas actuales y no sometieran a los sujetos del estado de derecho a las costumbres de sus abuelos, pero la justicia es lenta y los gobiernos democráticos cambiantes. De cualquier manera al otro lado de la ley existe un panorama tan desolador como irritante. Donde la economía es de subsistencia, el derecho se las ve y se las desea para salir a flote. La aldea globalizada nos permite observar al viejo líder de los trabajadores, al salvador del campesinado brasileño y desde hace unos años presidente de esa enorme nación, entrando en las favelas de Río de Janeiro bajo impresionantes medidas de fuerza. La seguridad, cuando te adentras en territorio ajeno, se convierte en una demostración de fuerza. Si el señor Lula tiene que entrar en los chabolarios poniendo sobre el terreno al ejército es que lo básico no funciona. Lo esencial, lo necesario para que una sociedad consiga vivir pacíficamente, exige unas mínimas garantías de convivencia. En todos los países existen zonas opacas, ya sea en las cúpulas de las barriadas residenciales o en los extrarradios más deprimidos. Tanto el grosor como la negrura de las ramificaciones nos alertan del control que ejercen lobbies y mafias sobre negocios y personas. Las hay de todos los tamaños y ocupaciones, que bordean la legalidad, que la utilizan en su beneficio o que la desprecian abiertamente. En demasiadas ocasiones nos referimos al Tercer Mundo con el prejuicio del turista rico, paranóico en su seguridad personal y que ve bandoleros por todas partes. Nos asustamos de las trazas del modelo Ciudad de Dios y caemos en los encorbatados brazos de ladrones de guante blanco, los que campan por el Primer Mundo con gruesos libros de leyes bajo el brazo. Preferimos con esta actitud observar la existencia de las leyes sin darnos cuenta de las trampas legales que estas mismas leyes permiten. Si algo ocurre en Brasil es que salta a la vista. Su presidente, de pronto, decide adentrarse en un territorio que no controla y la prueba evidente es que no llega hasta allí en helicóptero porque lo pueden derribar de un pepinazo. De modo que su visita toma el cariz de una incursión, se blinda en limusinas, abre brecha el ejército de tierra y hasta la marina para permitir la llegada del líder a las cloacas del país, allí se hace la foto y regresa velozmente a sus dominios. Antes de darse el piro declaró a pie de favela que los pobres son la materia prima del Brasil y aunque parezca una verdad de Perogrullo es precisamente el lugar donde lo dijo su prueba más evidente. Haría falta un ejército diario para mantener la democracia por la fuerza en las chabolas de Río. Si no se invierte en seguridad alguien tendrá que contar el dinero que hace falta en otras opciones. ¿O acaso se da por perdida esta batalla? Para que sea rentable imponer el sistema de libertades en las taifas regaladas a los mafiosos, hay que mirar al futuro diariamente. No bastan las incursiones. Ni los reportajes fotográficos.

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