Ayer estuvo en el «Ágora» el escritor José Luis Sampedro y dijo que estamos viviendo el final de una época. Los agoreros, según cuentan las crónicas, aplaudieron a rabiar. Todo el mundo sabe que vivimos en un mundo absurdo, donde la peña hace fila por ver unos peces del Mekong, en lugar de irse a Vietnam y contemplarlos en vivo. La aldea global sigue siendo prohibitiva para los que tienen un solo sueldo, de modo que se vienen a la Expo para asomarse al mundo en miniatura, que es lo máximo que pueden pagar. Un planeta que jamás observarán por completo se extiende a sus pies en una versión portátil y aguardamos turno en hilera, torrándonos al sol, para asomarnos durante un rato a los balcones del paraíso. Gracias a las filas kilométricas, los que han venido de fuera, que son pocos todavía, podrán decir después que han estado en España y lucir un bronceado «made in Expo» con sus amistades. Pero las imágenes que se les quedan en la retina difícilmente las olvidarán. El «efecto' XPO» no es exactamente el que pretendían los organizadores. Da la impresión de que el visitante asiste impertérrito y sudoroso al fin del mundo, y que los países, conscientes de lo que se nos viene encima, hayan salvado de la quema lo más bonito que tenían. Sampedro, el abuelo de las letras, el Saramago en castellano, soltó ayer que el modelo occidental está gagá y que se va al carajo por fases. Tras el derrumbe del telón de acero, la caída del comunismo arrastra consigo al capital. Nada será lo mismo dentro de unos años, cuando pete el sistema y la burbuja estalle bajo nuestros pies. Detentan el poder las grandes instituciones financieras y las multinacionales, ninguna de ambas cejará en su insostenible empeño de multiplicar sus beneficios exponencialmente. Les da igual la pobreza o el ecosistema. ¿Para qué trabajar más? ¿Para qué pagar la hipoteca? La frustración se nos comerá por las canillas y la autodestrucción resquebrajará los cimientos de la economía. Bancos e industrias se fagocitan mientras nuestros sabios mayores se dan cuenta del desastre que se avecina. No quieren ser apocalípticos, para eso ya están las películas, así que nos entregan herramientas éticas para cuando llegue el desastre y Sampedro, como viene repitiendo desde hace años, sugiere que nos aferremos a un modelo más oriental. Entre tanto podemos hacernos cruces con la cascada del acuario, que no funciona porque está mal hecha, no por la fuerza del cierzo. Basta que llegue el calor achicharrante del verano para que caigan las mentiras una tras otra. Los niños, que a falta de mejores visitas copan el recinto de Ranillas los días de labor, se dan cuenta enseguida de que la Expo es un viaje al futuro de la humanidad. La miran con la ingenuidad de Julio Verne, una mirada atónita e ilusionante, todavía sin contaminar del todo y abierta a los cambios. A ellos les da lo mismo que el pantalán del embarcadero no se haya instalado aún a las orillas del Ebro. Todavía se asombran con lo que ven. El resto, los adultos, estamos ya curados de espanto. No sólo no se cierra la papelera que contamina el aire de Zaragoza a diario, sino que crece en Europa comprando una veintena de fábricas en las Islas Británicas. La especulación urbanística salpica a todos los partidos en Estepona, trincando al alcalde en el talego con medio kilito de fianza. El Parlamento Europeo se convierte poco a poco en una rémora para la sociedad civil. Los tecnócratas aprueban impactantes medidas contra la emigración para blindar al continente. No sólo se trata de expulsar a los sin papeles que ya están entre nosotros, sino también de quitarles las ganas, durante el largo estío de pateras que se aproxima, a los que están por venir. Año y medio de prisión sin derechos y en pésimas condiciones es lo que acaban de votar los socialistas de Zapatero en Europa, un terrible guiño a los xenófobos mientras el paro sigue subiendo. Los empresarios proponen un incremento en el uso de la energía atómica y una mayor flexibilidad en el empleo, aunque nadie sabe lo que significa eso cuando el trabajo es, por antonomasia, un ejercicio de contorsionismo. A nadie le extraña que los cobradores de morosos acaben tiroteados en su propio domicilio. O que surjan de pronto extraños círculos en las campiñas inglesas. Ni siquiera asombra que secuestren al primo de Rajoy y lo liberen al inicio del congreso de los conservadores. Parece mentira, pero la vida sigue tras haberse inaugurado la Expo. La pregunta es: ¿continuará después? |