La alta clase política
lunes 28 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Los crédulos, los que piensan que la democracia es perfecta y nuestros líderes maravillosos, tendrán siempre excusas para justificar los errores de los dirigentes: desde la humanidad hasta lo imposible que resulta llegar a todo. Los más escépticos, los que comprenden que nuestros políticos podrían hacer alguna cosita buena pero se encuentran atrapados en una máquina económica, protocolaria y tecnócrata que les incapacita mucho la maniobra, acaban por asumir que hoy no hay diferencias de fondo entre partidos, tan sólo maneras distintas de dar el pego y engordar la saca. Y los conspiranóicos son los que encuentran por todas partes juegos de manos y de villanos, movimientos perniciosos, intereses ocultos y contubernios de toda laya. La realidad, seguramente, es una preciosa mezcla de estas tres visiones porque se trata sin duda de que la política funcione a los acordes que tocan las multinacionales. Es idiota creer por ejemplo que la Expo montada en Zaragoza con el beneplácito de los bancos y las industrias vaya a hacer algo después en contra de sus propios negocios. Nos ofrecen la oportunidad de conocer que el mundo se irá al guano en unos años y sin embargo no se moverá un dedo por impedirlo, al contrario, iremos más aprisa hacia el abismo. La clase política es un organismo de intermediarios que vive como la nobleza de antaño, tan despegada de la gente corriente que vegeta en el limbo de sus poltronas. Según trepan por las escaleras del poder es más sencillo apreciar lo lejos que se encuentran del ruido y la desgracia ajenas. Últimamente han pillado las televisiones a David Cameron, el jefe del partido conservador británico, y a Barack Obama, el jefe de los demócratas estadounidenses, en una amigable charleta mientras hacían un receso en sus agendas. Durante la visita de la promesa yanqui al Reino Unido, ambos candidatos, si las grandes empresas y las correspondientes elecciones en cada uno de sus países así lo garantizan, podrían ser los mandamases de sus naciones y la cadena ABC dejó el micrófono abierto para escuchar de tapadillo lo que podrían contarse los futuros jefes del cotarro. Enternece escuchar a ambos chorlitos contarse sus cuitas porque más que políticos parecen ejecutivos de alto standing. No les diferencia su mentalidad política —un conservador inglés y un demócrata norteamericano son tal para cual— así que hablan tranquilamente de lo que en verdad les preocupa y que no es otra cosa que la falta de tiempo para pensar en sus cositas. Se mueven al paso que les marcan y apenas tienen un segundo para reflexionar sus decisiones, por eso se quejan los chorbos de que sus sentimientos se desvanecen... Pobre gente. Los directores del telefilm han planeado una película y los políticos son los actores que deben representar su papel. Nada más y nada menos. Parecen conscientes de que sus respectivos equipos técnicos saben diez veces más que ellos de cualquier asunto, están preocupados por los errores que cometen en medio de la vorágine y sin embargo en ese mismo instante la están cagando delante de todo el mundo. ¿No es revelador? Su imagen de fortaleza y su ingenuidad se manejan al peso en el grueso mercado de los líderes internacionales. Hoy son marionetas de un guiñol y mañana son los responsables de una guerra, ¿qué nos parecerán después? Cada vez que los pillan en falso, la ciudadanía abre las orejas y se restriega los ojos porque no comprende muy bien lo que está pasando. Hace nada le abrieron los micros a Zapatero mientras hablaba con Gabilondo, no sé si lo recuerdan. En esos instantes algo se rompe en nuestro interior, la imagen del poder se humaniza y no siempre encontramos en la persona lo que querríamos encontrar en el político que rige un estado. Todas estas pilladas, para un conspiranóico, están preparadas en función de bajar a quien sea de la burra o de hacerle tragar un sapo. Al no estar en la pomada es imposible atar todos los cabos, de modo que es más simple asistir al espectáculo y extraer conclusiones a posteriori, según los efectos y el poso que dejan las confesiones robadas «por casualidad». No debemos olvidar que los medios de comunicación son negocios. Tienen sus accionistas y sus intereses, nadie se mueve al pedo y están en juego muchas perras. Tendríamos que ser conscientes de que quien llega a sentar su culo en una poltrona tan poderosa no es ningún angelito.

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