Al margen de la ideología de sus gobernantes, me ha causado honda impresión ver la caída de otro muro de la vergüenza: el de Rafah. La voladura de esa gigantesca chapa, tan semejante a la uralita, que separaba la franja de Gaza con Egipto es una noticia tan agradecida como romántica. La foto de los niños utilizándola de esbarizaculos resulta hermosa y a la vez metafórica. Pagar cinco o diez veces el precio de un alimento de primera necesidad suponía un robo para una población suficientemente castigada, tanto por la intransigencia de sus vecinos como por la de sus mandatarios. La gente había llegado más allá del límite de lo soportable. Y llegados a este extremo que fueran los propios milicianos de Hamás los que colocaran los explosivos en la frontera, es lo menos que se les podía pedir. Importa un bledo que su gobierno legítimo - elegido en las urnas, aunque a Occidente le pese - rompiera la hucha y repartiera la pasta entre la ciudadanía. Palestina jamás podrá pagar las deudas que tiene contraídas con el mundo, pero el mundo - con su impotencia - es responsable igualmente de la desgracia de sus habitantes. Los cuarenta y dos kilómetros de Gaza se estaban pareciendo cada día más, al menos en la ruina de sus construcciones, el desvencijamiento social y la hambruna colectiva, a los denominados "periodos especiales" que sufrió La Habana de hace unos años. No se puede obligar a todo un país a semejante sacrificio. Los que mantienen el cerco de un pueblo, esperando a que se rindan o se revienten, están generando enemigos tenaces para varias generaciones. Desconozco si los nietos de los israelitas podrán entenderse alguna vez con los nietos de los palestinos. Sería muy triste que la imposibilidad de hacerlo se reflejara en un futuro durante décadas. Entre otras razones porque son unos vecinos que se necesitan mutuamente en las tiendas y en las fábricas. La mano de obra palestina abastece las empresas de Israel desde siempre, de modo que ahogando a sus trabajadores estrangulaba al mismo tiempo su propia economía. El absurdo ha llegado al punto de crisis en el que sólo rompiendo desde dentro la situación podía evidenciarse el drama. Los propios israelitas esperan que los egipcios se hagan cargo ahora del problema que se les viene encima, pero una vez rota la frontera difícilmente se cerrará de nuevo. A no ser que se logre por la fuerza. La diplomacia internacional se ha mostrado muy torpe en el ya largo conflicto que enfrenta a ambos pueblos. Cicatrizar esta herida parece un misión imposible, pero dentro de tan amargas circunstancias la explosión de este vergonzoso muro de chapa devuelve la esperanza. Ver a los palestinos llenando el estómago libera de muchos prejuicios y ofrece una panorámica distinta. Gaza se había convertido en una prisión. Basta con ponerse en el lugar de estos niños que ahora utilizan la chapa del muro como tobogán, para entender el hambre que estarían pasando. Una infancia encarcelada que, después de alimentarse al otro lado, todavía tiene ganas de volver a la frontera para jugar entre sus ruinas. |