La dureza de los tiempos
miércoles 14 de diciembre de 2011
Sergio Plou

  Mientras los jefes mezclan las cenas de navidad con la despedida del ministerio, el rey nos augura que vienen tiempos «muy» duros. No es la primera vez que el monarca se va de la olla emitiendo avisos, igual trabaja ahora el control de calidad y le han comprado un impactómetro, o lo mismo se ha aficcionado a los peces y anda el hombre muy preocupado con el PH del acuario. Sin embargo, comienza a resultar especialmente molesto que el rey siga acojonando al personal, entre otras razones porque no tiene ni repajolera idea de lo que es pasarlas canutas. Buena parte de su existencia la cubrió a la sombra del dictador y el resto la pasa ahora estrechando manos, navegando en el Bribón o esquiando en Baqueira. Comprendo que semejantes sacrificios agotan a cualquiera y por eso, al oír sus presagios, resulta inevitable pensar que este hombre se cachondea del mundo o que en cualquier momento se nos meará encima. Es probable que a fuerza de empinar el codo se haya creído que nos está haciendo un favor, pero a la hora de resumir en advertencias lo que dicen los políticos durante los banquetes, demuestra también que no sabe lo que ocurre en la calle. Tampoco debería de extrañarnos, porque ni siquiera se da por aludido con los negocios de su yerno. Al otro lado de los gruesos muros del palacio, los súbditos llevan ya unos cuantos años comprobando en sus carnes la dureza de la que habla el rey, esa dureza que rara vez siente, a no ser que él mismo se descalabre estrellándose contra una puerta.

  Entre los mantras que repiten los medios, por encima de cualquier otro eslogan del Fondo Monetario, destaca la constante que alude a la dureza de los tiempos. Si a esta dureza le añadimos de pronto un adverbio de cantidad no es difícil entender que el aviso marca una progresión en la secuencia. A peor, por supuesto. En nuestra ingenuidad podíamos creer que por fin recapacitarían los amos, que se darían cuenta de que regalando miles de millones a los bancos y recortando empleos y salarios no saldríamos nunca del pozo, que nos hundiríamos todavía más. A pesar de los recortes no se oye una letanía distinta, sólo se intensifica: llegarán tiempos todavía más duros de lo que imaginábamos. ¿Acaso colgarán sogas en las farolas para que vayan ahorcándose los parados? Ocurre lo mismo cuando salen por la tele los políticos más ufanos, los más orondos empresarios o los economistas más relamidos y afirman de nuevo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¿Acaso es posible vivir de otra forma? Todo depende de a quién dirijan sus palabras.

   En el tira y afloja que estamos viviendo aparecen inquietantes propuestas sobre minitrabajos y minisueldos, se habla de aumentar Europa a base de reducir a los europeos. La chusma que nos dirige se lamenta de amputar mientras gastan a manos llenas. ¿No resulta absurdo que un rey nos diga que vienen tiempos jodidos mientras digiere los langostinos del último banquete? Aunque sea con el propósito de ahorrar, ¿no tendríamos que quitarnos de encima a toda esta tropa que vive del cuento? Si conviene adelgazar al máximo las estructuras, ¿no sería más lógico empezar por arriba?

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