La improvisación hispana ha logrado una vez más que lleguemos a la Expo echando el bofe. Los Medios de Incomunicación ofrecen en cambio un punto de vista celestial, donde todo es armonía, sobra tiempo y además nos adelantamos al futuro. El alcalde y el cronista oficial de Expolandia, el jefe de los conservadores recientemente nombrado a dedo como El Gran Vecino que es, están apañando en los urinarios —con tanta inauguración y protocolo se lo montan al trote — por dónde pasará el Metro de Zaragoza, cuántas líneas tendrá y quién se llevará la pasta. Tienen claro que el proyecto, los planos y el papeleo, saldrán por un millón de euracos pero discuten si cruzará el Ebro o se quedará a la entrada de los puentes. Es que se han levantado tantos puentes que no cabe ni uno más. Podrían hacer un funicular en el azud, pero los políticos llevan discutiendo sobre el tranvía y el Metro la intemerata como para comerse la olla con un plan nuevo. Tuvieron su oportunidad de oro cuando se abrió el Paseo de la Independencia para calzar un aparcamiento aunque surgió de las entrañas un barrio musulmán y lo taparon echando leches. No tenían ni idea de qué hacer con semejante regalo de la Historia, así que no mola volver a excavar y encontrarse otro marrón. Los raíles subterráneos y de superficie que nos vendieron para la Expo se pierden así en un largo futuro de discusiones políticas. Siempre resulta más fácil levantar unas telecabinas que colocar las vías que se quitaron hace unas décadas, allá por el pleistoceno medio, o sea, cuando yo todavía iba al cole y existía el trolebús. Cuando sólo quedan días para la inauguración del Eventazo no existe el menor atisbo de crítica. La clave del éxito reside en que nosotros mismos llenemos el recinto de Ranillas y nos enamoremos de la posmodernidad arquitectónica hasta el punto de pasarle la lengua a los edificios. La peña, durante el fin de semana, se fue de visita al puente del Tercer Milenio y a montarse en las telecabinas con el propósito de hacer su publireportaje aéreo para las amistades y se toparon con una presencia policial de quitar el hipo. Como somos más ingenuos que una barra de pan nos toca las narices enseñar el carné a todas horas. Creo que tendríamos que colgárnoslo del cuello, en plan autoservicio, o meterle un imperdible a modo de galleta identificativa. A este constante metesaca del carné lo denomina el señor Rubalcaba y su «doble ministerio» como «fase crítica». Durante la fase crítica, los camioneros se empeñan en cortar las vías de entrada al País Vasco y Cataluña, dejando libre el paso por Huesca. Los transportistas oscenses no están en huelga por el petroleo, la verdad es que se hunden ellos solos, no necesitan la ayuda de los zaragozanos. Los de aquí se lo montan tan mal que se olvidaron de pedir a tiempo el permiso en la Delegación del Gobierno, de modo que no les dejan bloquear el centro de la capital aragonesa con sus camiones. Igual mañana, quién sabe si continuará el sarao, nos lían el tumulto pero como ya no saldrán por la tele lo mismo les da. Lo que no puede verse por la caja tonta no existe. Teruel no existe porque no sale en la tele, aunque a los nigerianos le da igual. Para un nigeriano, casarse de pastel con un turolense cuesta diez mil euros— siete mil para la agencia y tres mil para el nuevo cónyuge— lo que supone los ahorros de toda una vida e incluso de varias reencarnaciones si me apuran. Para un muerto de hambre organizarse un matrimonio de pega supone la oportunidad de obtener el permiso de residencia y ser europeo, aunque sea un europeo de regional preferente. No me extraña que la gente sin entrañas, por un pellizo de tres mil euros, se case varias veces. Sobre todo en un lugar que no existe. Tampoco existe el turismo aragonés de alpargata, cuyo mayor exponente, las casas rurales, no se jalan un colín. Apenas han colocado el 30% de sus aposentos y a estas alturas del año están a un tris de llegar a la poligamia. |