Uno de nuestros mayores polemistas peninsulares, el burbujeante Carod Rovira, habla estos días del hartazgo que siente por España. La fatiga que los independentistas tienen clavada en lo más agudo del alma no es que sea contagiosa, es que se asemeja al fenómeno de la gripe porcina, a la que ahora denominan como gripe A porque suena más finolis. A fuerza de temer las enfermedades víricas llega un instante en que se olvidan. Sin embargo, el hecho de resistir, agota la paciencia una barbaridad. Ahora que han descubierto los científicos una morfina quince veces más poderosa que la original, e incluso más barata, tendrían que evacuarla por las depuradoras de agua potable hasta los grifos para que el cansancio y el dolor se esfumaran al cepillarnos los dientes. La anestesia general de la ciudadanía nos evitaría asistir a espectáculos tan romos como el que ha ofrecido estos días el ya antológico «butanito», jubilado de las ondas, que ha puesto a caer de un burro al anterior presidente del gobierno, al que califica literalmente de cabrón (sic). Y ancha es Castilla.
La riña de los Jose Marías —Jose María Aznar y Jose María García— sobre la emisora de radio sacerdotal, la COPE vaticana y sus enredos, representa un chismoso «déjà vu» del hartazgo hispano. Asistir a la incomparable verborrea de un maestro hertziano, sembrado desde siempre con castizas expresiones (correveidiles y chupópteros que afloran del gaznate con la misma elocuencia que un chisgarabís salta de la lengua de Rajoy), supone retorcer una vez más el sudado calcetín de la historia nacional. Oír a Jose María García, en plena quimio, echando pestes sobre el nuevo librito de Aznar, donde afirma que tiene la fórmula mágica para salir de la crisis económica —porque es muy listo el fulano—, nos devuelve a los años de la transición democrática. Oyendo a Jose María García te das cuenta de que Carod Rovira tiene razón, que España cansa un horror, y que a la vuelta de tres o cuatro décadas te inunda la sensación de que te encuentras en el mismo punto de partida. Que nada cambia. Que todo es igual. Hay individuos que inyectan su lenguaje en el inconsciente colectivo y al escucharlos fuera de contexto proyectan un efecto devastador en las neuronas. Rajoy, comparado con García, nos resulta un pobre imitador. Zapatero, comparado con Felipe González, se nos antoja una marioneta del ventrílocuo José Luis Moreno. Sólo falta que echen de nuevo por la tele el «Un, dos, tres, responda otra vez». Es como si la mano de un loco estuviera escribiendo la historia de forma cansina y en bustrófedon. |