En todas partes se discrepa sobre cómo se hacen las cosas, incluso en las familias más apañadas se producen desacuerdos sobre las propinas y los favoritismos. El dinero nos trae de cabeza y causa muchas rupturas. Ahora que el desempleo cabalga de nuevo, el alcalde de la inmortal ciudad de la Expo se ha puesto a la cabeza de los munícipes del reino para rader de las arcas del mega Ministerio de Economía un puñado de céntimos. La caja fuerte del consistorio está pelada y el petróleo sigue bajando, a este paso la flota de autobuses de Tuzsa tendrá que moverse a hidrógeno o enchufarse a la red eléctrica. Por muy barata que se ponga la gasofa —algún día tendrá que bajar de precio— no puede venderse el pabellón puente por escamas para pagar el transporte público. La Expo se lo ha comido todo, hasta la medalla de oro del cronista oficial, el gran vecino del PP. El dispendio ha sido tan grande que incluso se han pagado los lápices y los folletos de Naciones Unidas. Un derroche. Ya me han dado la cantada sobre los presupuestos de la Casita de Chocolate, porque la ONU no se gasta un colín en la sede y hay que apoquinarle hasta los envíos. Pero es que la ONU es así. Mola mucho traérsela a casa, pero le tienes que aflojar la mosca hasta que se cansen. Y van sobrados de aguante. Para darse el pingüe con la ONU hay que gozar de una saca sin fondo o ser más pobre que Carracuca. No valen las medias tintas. Así que la «Carta de Zaragoza», según Ban ki-moon, se puede quedar en nada.
La Expo de Zaragoza ha resultado una medianía, un cagar con medio culo, una Fitur en pequeño, algo que tendría que haber financiado la Academia del Cine en su apartado de documentales turísticos para potenciar los hologramas o los Imax. Así que no se puede ser fiel a la Expo ni al alcalde sin sufrir una lipotimia en las filas kilométricas de finales de agosto. Ahora que empieza septiembre y la Expo va hacia abajo, tendrán que llegar los genetistas suecos a tocarnos la moral para convertirnos en individuos fieles a la fuerza, porque ya es muy dificil tragar con esta broma. Cajas de diez mil euros por comida en el gremio hostelero, a base de recalentar el papeo y montar un autoservicio, no se hacen ni durante las fiestas del Pilar. Con seis o siete cajas en uno de los restaurantes de Ranillas, a la hora del café ya has pagado los sueldos de toda la plantilla. En las cenas igual te sacas la luz, la basura y otros gastos, así que calculen lo bien que sale el negocio de «restauración» en el meandro el resto del mes porque todos los garitos y chiringuitos los lleva la misma gente, una empresa de fuera. ¿Menudo chollo, no? Pues eso ha sido la Expo: documentales y fluvivasos. Ahora hay que ser fiel a los principios, porque si no viene el PP en unos años y nos mete en vereda. Pues que despabilen, oiga, ¿acaso no sabían dónde se estaban metiendo? Montar una Expo sostenible cuesta un pulmón de acero inoxidable, ni los suecos se atreven. Endiñarnos un eufemismo, con lo agradecidos que somos, está tirado.
El mismo alcalde que nos pedía al comienzo del gran evento que fuésemos por la vida con la cabeza bien alta, que pudiendo ser la tercera ciudad del país sería de tontos continuar siendo la quinta, ahora asume el mando de la ciudades y comienza a pedir su ración de la tarta. Entre la Europa de los Pueblos y la Europa de las Ciudades, el Gobierno peninsular prefiere la Europa de los Estados. Nunca se sabe lo que es peor, pero resulta evidente que el que no llora no mama, así que el alcalde se ha puesto a pedir que algo caerá. Vivimos en una pseudoyanquilización posmoderna, donde todavía caben un puñado de grandes superficies, estilo Plaza Imperial, para gastarnos los cuartos. En plena recesión y con los bolsillos vacíos, se abre hoy junto al aérodromo de Sanjurjo —llamarlo aeropuerto me parece un exceso— este nuevo hogar del consumo. Puestos a huir, que sea hacia adelante. |